Enésima decepción sobre Siria, áspero bautizo de Theresa May en la arena internacional y linimento en las relaciones germanoturcas. Es un resumen de la primera jornada de la cumbre del G20, algo así como un programa rápido de lavadora para los conflictos que ensucian el mundo. Todo lo ocurrido ayer palidece ante la reunión entre Vladimir Putin y Barack Obama, presidentes ruso y estadounidense respectivamente, prevista para este lunes. Xi Jinping, líder chino y anfitrión del cónclave, azuzó a la diplomacia para que se dejara de palabrería y colocara a Hangzhou en un lugar preminente de la historia con acuerdos tangibles.
Estados Unidos y Rusia no cerraron el esperado acuerdo de una tregua en Siria que se intuía durante la tarde. Obama había aclarado que era un “negocio complicado” pero que trabajaban sin desmayo. Tanto Washington como Moscú sugirieron que el acuerdo podría ser anunciado por la noche por John Kerry y Sergei Lavrov, jefes de sus diplomacias. Pero Kerry comunicó el fracaso y apuntó al contrario: “Los rusos se han echado atrás en algunos aspectos en los que pensábamos que ya estábamos de acuerdo, así que tenemos que regresar al principio”.
Moscú y Washington apoyan a bandos opuestos en un conflicto que empezó en marzo del 2011 cuando el presidente Bashar el Asad sofocó una revuelta prodemocrática. Aviones rusos han bombardeado la oposición mientras Estados Unidos la armaba. Las negociaciones ya se estancaron la semana pasada en Ginebra. Para Washington es innegociable que Damasco asuma las violaciones de derechos humanos y frenar el auge del Frente Al Nusra. El grupo ha cambiado de nombre y renunciado a sus vínculos con Al Qaeda, pero Estados Unidos mantiene unos comprensibles recelos.
Un conflicto local ha terminado por embarrar a la comunidad internacional y sembrar Europa de refugiados. Las esperanzas descansan en una intervención del más alto nivel. A última hora se anunció que hoy se reunirán Obama y Putin, tan distanciados por los intereses geoestratégicos como por su inquina personal. También Obama y Xi tratan asuntos áridos como las tensiones en el Pacífico o la reciente sentencia que invalida las pretensiones territoriales chinas, pero su sintonía engrasa los encuentros. La Casa Blanca calificó ayer de “cándido” el intercambio de impresiones de ambos.
La jornada se le hizo larga a May, la primera ministra británica. Llegar a China con la pesada mochila del Brexit y defender el libre comercio se antoja una misión ardua para una debutante. Sus tradicionales aliados le aclararon que la salida del mercado europeo no le saldrá gratis.
Obama recordó la “relación muy especial” con Londres para después enviarla a la cola de sus prioridades, detrás de la Unión Europea y el bloque de naciones del Pacífico. “No tendría sentido detener las negociaciones existentes en las que hemos invertido mucho tiempo y esfuerzo”, explicó.
Después llegó un informe de 15 páginas de Japón inusualmente afilado sobre las consecuencias del Brexit para sus multinacionales y una serie de exigencias para evitar su éxodo. La mitad de la inversión japonesa está localizada en Gran Bretaña, hasta ahora una puerta al mercado europeo.
Y a May aún le faltaba explicarle a Pekín por qué ha retrasado la construcción de una central nuclear con capital sinofrancés y que, según medios nacionales, puede arruinar la “etapa dorada” bilateral. Londres ha esgrimido razones gaseosas que esconden el miedo a la intervención china en un sector crítico de su seguridad.
Sólo Moscú dio un respiro a May con sus deseos de recuperar la sintonía. Siria, Ucrania y la acusación a Putin de ordenar el envenenamiento del espía Aleksandr Litvinenko habían deteriorado sus relaciones.
También Alemania y Turquía mostraron su predisposición a superar los escollos recientes. Ankara estaba molesta tras haber sido señalada por Berlín como autora del genocidio armenio de 1915 y por las críticas a la represión tras el fracasado golpe de Estado contra el presidente, Recep Tayyip Erdogan.
Xi ya prohibió años atrás a sus subordinados del Partido Comunista los discursos ampulosos y ayer adoctrinó a sus colegas. Los riesgos y retos de la economía global, razonó, exigen actos y “no palabras huecas”. Los expertos no esperan que de este G20 salgan compromisos relevantes.
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