Ha transcurrido un año desde que la foto de Aylan tomara las portadas de periódicos de todo el mundo y sacudiera conciencias. Un año desde que la fotógrafa Nilüfer Demir, de la agencia de noticias turca Dogan, se acercara a una playa de la costera Bodrum en un día de suplencia de un compañero.
Allí, retrató a un niño inerte en la arena, boca abajo, muerto. Era el kurdo-sirio Aylan, de tres años. No aparecían en la foto, pero su hermano y su madre también perecieron ahogados intentando llegar a la cercana isla griega de Kos. La imagen enseguida corrió por internet y saltó a las rotativas. Fue una de esas fotografías que se convierten en símbolo de una tragedia y, solo entonces, el mundo fue realmente consciente de cuanto acontecía.
Un año después, Abdulá Kurdi, el padre de Aylan, en una entrevista al diairo alemán ‘Bild’, sintetiza el drama: ““Todo el mundo quería hacer algo. La foto de mi hijo muerto conmovió al mundo, pero la gente sigue muriendo y nadie hace nada”. De hecho, según denuncia la oenegé Save The Children, desde el fallecimiento de ese pequeño han muerto 423 ahogados en el intento de llegar a Europa. La tragedia de los refugiados, eso sí, aunque no ha sensibilizado a los gobiernos, sí ha movilizado a buena parte de la sociedad civil europea que, a través de oenegés como Proactiva open Arms o Médicos Sin Fronteras, se ha involucrado en el rescate y la atención de esos refugiados.
De brazos abiertos a puertas cerradas. Del “refugiados bienvenidos” al acuerdo migratorio entre Bruselas y Ankara, pasando por el cierre oficial de la llamada “Ruta de los Balcanes”. Un año en el que el paso fronterizo de Idomeni, entre Grecia y Macedonia, se transformó de centro de tránsito a cuello de botella y, de ahí, a una verja cerrada coronada por alambre de espino y vigilada celosamente por militares. Fue luego un tapón frente al que quedaron atrapadas más de 12.000 solicitantes de asilo procedentes de los países más devastados del planeta a los que las autoridades griegas se ocuparon de desalojar y reubicar en campamentos gestionados por el Ejército a finales del pasado mes de mayo.
Las cifras publicadas por el Gobierno de Grecia a fecha 2 de septiembre mostraban que hay 59.505 refugiados repartidos por campamentos de todo el país. Los peor parados, los de las islas, donde la capacidad de los centros de detención (los que antes del acuerdo UE-Turquía de mediados de marzo eran centros de registro) es de 7.450 plazas para las 12.376 personas allí registradas. En los primeros días del tratado, los allí internos se quejaban de la mala calidad de la comida, hacinamiento, frío y poca información sobre los trámites legales.
Es esto una muestra de que el acuerdo de control del flujo migratorio entre las autoridades turcas y las europeas ha tenido un éxito un tanto relativo. Sí han descendido notablemente las llegadas (respecto a días como el 20 de octubre, cuando desembarcaron más de 10.000 refugiados en las islas griegas), gracias a medidas como arrestos de traficantes de personas y devoluciones a Turquía de unos pocos centenares de solicitantes de asilo cuyas solicitudes eran rechazadas, pero no se ha logrado frenar por completo el cruce de pateras desde la costa turca a las islas griegas del mar Egeo.
Parte de aquellos migrantes que se vieron atrapados en Grecia o en alguno de los países balcánicos en el momento de cerrarse esta ruta no se han quedado de brazos cruzados: las cifras proporcionadas por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur) muestran que, desde el 9 de marzo (cuando se anunció la clausura de la vía), 26.277 han llegado a Austria, el último paso antes de alcanzar Alemania, el destino soñado por la mayoría de los refugiados.
Estas personas tratan de “llegar a sus destinos finales a través de rutas peligrosas que controlan contrabandistas”, según un informe publicado el mes pasado por la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras (MSF). “Desde el cierre de fronteras (en los Balcanes), hemos notado un fuerte incremento en el número de pacientes que presentan señales de haber sufrido abusos, así como traumatismos físicos producto de la violencia ejercida contra ellos”, asegura el coordinador general de la misión de MSF en Serbia, Simon Burroughs. “Muchos de estos casos fueron presuntamente cometidos por las autoridades húngaras”, apunta.
Las medidas adoptadas hasta la fecha por las autoridades europeas no han logrado ni parar el flujo por completo, ni cumplir con la legislación internacional y garantizar asilo efectivo a los merecedores ni, mucho menos, frenar las muertes por ahogamiento, que solo en lo que va de 2016 ya suman 386 en el Egeo, según las cuentas de la Organización Internacional para la Migración.
Con la vía balcánica con mínimo movimiento, las cifras más llamativas se dan en la ruta del Mediterráneo Central, entre Libia e Italia, aunque los números registrados no superan a los del año anterior. Entre el principio de enero y el final de agosto de 2015 se registraron 116.147 llegadas a suelo italiano con 2.546 muertes durante la arriesgada travesía, por los 2.726 ahogados y 106.461 llegados del mismo periodo de este año.
Las nacionalidades dominantes en esta ruta siguen siendo la nigeriana y la eritrea aunque, desde la clausura de la ruta balcánica, las cifras facilitadas por Acnur muestran un levísimo incremento de sirios, iraquíes, afganos e iraníes: nacionalidades que antes optaban siempre por el Egeo.
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