Un estudiado control del precio del gramo de cocaína, que según los conocedores del mercado no aumenta en España desde hace 20 años -¡la llaman ‘la droga barata’!-, y la facilidad con que se accede a una raya del polvo han expandido su consumo, en apenas cinco años, a proporciones epidémicas en Catalunya. En paralelo, se ha multiplicado la población adicta que sufre graves consecuencias fisiológicas y sociales por esta dependencia, y también la demanda de ayuda médica en los hospitales por parte de quienes intentan que el alcaloide de la hoja de coca no les destruya por completo la vida. La adicción a la cocaína, no obstante, no cuenta con un tratamiento farmacológico capaz de atenuarla.
Un equipo de investigadores coordinado por el Instituto de Neurociencias del Hospital del Mar, de Barcelona, y su servicio de psiquiatría y adicciones está ensayando, sin apenas apoyo económico, una innovadora terapia que utiliza las isoflavonas de la soja para suprimir los efectos euforizantes y estimulantes que convierten la cocaína en refugio de quienes aspiran a disponer de una energía infinita. Las sustancias empleadas recientemente en esa dirección en EEUU y Europa han chocado con unos efectos colaterales que las convierten en ineficaces, y la búsqueda de un remedio que frene esta adicción ha seguido, hasta ahora, rutas erráticas.
A diferencia de los fármacos que con anterioridad pretendieron atenuar la adicción a la cocaína, las isoflavonas inhiben el metabolismo de la dopamina -el neurotransmisor que induce las sensaciones que gustan de esta droga-, actuando exclusivamente en el sistema nervioso central. No intervienen en el hígado ni alteran la asimilación del alcohol, lo que convierte la soja en un método terapéutico idóneo para quienes quieren dejar la coca sin por ello aborrecer el vino, la cerveza o el whisky. Este efecto añadido es inseparable de la última sustancia con que se intentó frenar la adicción a la cocaína, el disulfirán.
Este fármaco, el disulfirán, inhibe la dopamina actuando en el hígado y en el sistema nervioso central, lo que, además de eliminar las sensaciones placenteras en general, causa repulsión al alcohol. Es empleado ante la dependencia alcohólica. Las isoflavonas también inhiben la liberación de dopamina en el organismo, pero actúan exclusivamente en el cerebro: el consumidor pierde el deseo de repetir con la cocaína porque no percibe ni euforia, ni energía suplementaria, ni ausencia de sueño, ni pérdida de apetito, los principales motivos por los que se esnifa. Pero conserva su opción de tomar un trago de whisky, si ese es su deseo. “Muchos cocainómanos no son alcohólicos y se niegan a seguir un tratamiento contra la coca que actúe en el hígado y les haga sentir rechazo contra cualquier bebida graduada”, explica la psiquiatra Marta Torrens, del Hospital del Mar, coordinadora del ensayo, en alusión al disulfirán.
El ensayo que utiliza las isoflavonas de la soja, una sustancia fácil de obtener que nunca se ha utilizado como deshabituador de adicciones, se financia con becas que los investigadores del Mar consiguen del Ministerio de Sanidad, una fuente económica que, advierte Torrens, es totalmente insuficiente para poder reclutar y analizar al volúmen de participantes que exige un estudio de estas características. Aunque, en teoría, existe enorme interés mundial en hallar un remedio para la adicción a la cocaína, por razones que a Torrens se le escapan nadie responde a sus propuestas de invertir en esa dirección. “La industria farmacéutica no está interesada en financiar prospecciones que se basan en la soja”, asegura la psiquiatra.
Con más o menos presupuesto, el ensayo con isoflavonas está en marcha. La sustancia, de origen natural, se administra en cápsulas que contienen una moderada concentración de principio activo. Los investigadores sugieren participar en este estudio a los pacientes que acuden al servicio de adicciones del Mar. “Son mis propios pacientes -explica Torrens-. Esas personas han tomado conciencia de su adicción a la coca tras, como mínimo, 10 años de consumo, cuando comprendieron que aunque la droga les había hundido la vida no podían prescindir de su consumo”. Estos enfermos sufren tantas complicaciones médicas como legales, sintetiza la psiquiatra. “Se han gastado el dinero que tenían y el que no tenían, han perdido a su familia, los han despedido del trabajo por los ‘pufos’ económicos que han dejado, y porque cada lunes llegaban sin fuerza para ponerse a trabajar”. Aun así, asegura la especialista, algunos siguen pensando que ellos pueden “controlar” a la coca.
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