El eslogan de la campaña presidencial de Michael Bloomberg es escueto y de una elocuencia pasmosa: “Mike lo hará”. Sacar a Donald Trump de la Casa Blanca es la prioridad de más o menos la mitad de los estadounidenses de cara a las elecciones de noviembre, y el candidato demócrata dice que “lo hará”. ¿Por qué? Porque tiene 64.200 millones de dólares para hacerlo.
“A eso hay que añadir que, por primera vez en la historia, el presidente que se presenta a la reelección también es mil millonario”, apunta Jason Seawright, profesor de la universidad Northwestern (Illionis), que investiga sobre las preferencias políticas de los estadounidenses ricos y su papel en la democracia. “Eso cambia el juego. En una campaña que enfrenta a Trump, Bloomberg y Sanders, la conversación sobre el dinero y la política es inevitable”.
En el debate de los candidatos demócratas del miércoles pasado en Las Vegas, la expresión “mil millonario” se pronunció más veces que, por ejemplo, “China”, “inmigración” o “cambio climático”. Más que una nota del debate, los multimillonarios constituyen la melodía misma de la carrera. Son los candidatos y sus némesis. Son los jefes de la economía que ha creado las desigualdades que provocaron la ola populista que vive el país. Y son también, de Mark Zuckerberg a Jeff Bezos pasando por Rupert Murdoch, quienes controlan las plataformas de persuasión.
La irrupción de los millonarios en la primera línea de la política estadounidense, explica Seawright, “ha sido gradual”. “Un factor es que cada vez hay más multimillonarios”, defiende. “Desde los años 80 ha aumentado enormemente la brecha que separa a los más ricos del resto. Otro factor es que, desde que se introdujeron reformas en los sistemas de primarias en los años 70, el control que tienen los partidos políticos sobre el proceso de elección de sus candidatos es más débil”.
El 95% de los votantes demócratas considera que las desigualdades económicas son un gran problema para el país hoy, según un estudio de Pew Research. Está arriba en la lista de preocupaciones, apenas detrás del coste de la asistencia sanitaria y el cambio climático. El 55% de los demócratas que apoyan a Sanders y el 49% de los que respaldan a Warren consideran que la existencia de personas con fortunas de más de mil millones de dólares es mala para el país, mientras que el 69% de los simpatizantes de Bloomberg y el 67% de quienes apoyan a Biden consideran que no es ni bueno ni malo.
“Años de desigualdades crecientes en EE UU han acabado convirtiéndolo en un asunto central en la política”, explica David Callahan, investigador y director de Inside Philantropy, un proyecto que persigue el control y la transparencia de la filantropía a gran escala. “La desigualdad económica siempre se traslada a desigualdad política, al encontrar los ricos maneras de convertir su dinero en influencia. En una época con más personas ricas que tienen más dinero, esa élite goza de una influencia creciente”.
Los 400 estadounidenses más ricos han triplicado su porción de la riqueza del país desde los años 80, y hoy tienen más que la suma de los 150 millones de adultos que constituyen el 60% de los hogares, según un estudio del economista de Berkeley Gabriel Zucman. Cuatro de cada cinco estadounidenses apoyan subidas de impuestos a los más ricos para financiar una mayor cobertura social, similar a la que existe en la mayoría de democracias ricas. Pero esas preferencias no acaban de reflejarse en las políticas públicas. “Nuestras investigaciones muestran desde hace tiempo que los estadounidenses están a favor de medidas que redistribuyan el dinero de los más ricos”, explica Seawright. “Sin embargo, las políticas económicas sistemáticamente caen del lado de esos ricos. Hay un problema de no representación, y tiene que ver con la industria de la influencia y el lobby”.
Los multimillonarios llevan décadas marcando la política estadounidense sin necesidad de presentarse a elecciones. La explosión de la industria de la influencia en Washington ha sido espectacular. En 1971 había 175 grupos de lobby registrados. En 2019, había 11,862. La filantropía también se ha convertido en un eficaz arma de influencia política. “Gracias a las leyes laxas de financiación de campañas y a las directrices difusas para las contribuciones benéficas, los multimillonarios disponen de múltiples opciones para convertir su riqueza en influencia”, explica Callahan.
Organizaciones benéficas como la que tenía Trump hasta diciembre de 2018 se convirtieron, según denuncia la periodista Jane Mayer en su libro Dinero oscuro, en “una nueva generación de fundaciones hiperpolíticas” que “invierten en ideología como capitalistas de riesgo”. También Bloomberg lleva tiempo financiando a colectivos claves en causas progresistas, así como a campañas de congresistas y políticos locales, tejiendo una extensa red de apoyos muy valiosa para una carrera presidencial.
Mención aparte merecen los hermanos Koch, Charles y el ya fallecido David, cuyo sofisticado trabajo en la sombra durante años ha sido decisivo en la propagación de las ideas del populismo de derechas que ha llevado a Trump a la Casa Blanca. Han invertido, por ejemplo, en educación universitaria para inculcar sus ideas a las nuevas generaciones, con becas y fundaciones que financian programas e investigaciones académicas alineadas con su visión de la economía y la política.
Pero la influencia del dinero no entiende de color político, y hoy muchos de los estadounidenses más ricos financian a candidatos demócratas y causas asociadas con dicho partido. “La diferencia es que los progresistas hablan más y dan menos, y los conservadores hablan menos y dan más”, apunta Seawright.
En este contexto destaca el caso de Bernie Sanders, cuya campaña se financia exclusivamente con micro contribuciones de sus seguidores, y que se jacta de no haber recibido un solo dólar de los multimillonarios. “Si los que te dan el dinero son los ciudadanos, gobiernas para los ciudadanos. Si te dan el dinero los multimillonarios, ¿para quién gobiernas?”, preguntaba a la multitud la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, en un mitin del senador en New Hampshire. Pero no es Sanders el único candidato que no piensa aceptar un dólar de ningún donante multimillonario. Tampoco Bloomberg lo hará. Le sobra con lo que tiene.
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