Kibutzs, la era hippy, mayo del 68, la comunas de Berlín. Grandes proyectos de convivencia en grupo que en la mayoría de los casos se dieron de bruces con la prosaica realidad. En la sociedad moderna, individualista, consumista y muy competitiva, parece que no tienen cabida estos modelos de vida que muchos relacionan con el pasado tribal de la humanidad. Ahora, una declaraciones de la diputada de la CUP Anna Gabriel han vuelto a destapar este viejo debate. Una discusión sobre una opción de vida que, en opinión de juristas y otros expertos, es muy difícil y complejo poner en práctica, a pesar de que pueda haber alguna excepción, como la que puso en marcha el periodista Salvador Alsius.
Una opinión que comparten algunos de los más acérrimos defensores de este modelo de convivencia, como el músico Pau Riba, que a finales de los años 60 intentó vivir en una comuna ubicada en una torre del Tibidabo. “Nadie de nosotros tenía ni puñetera idea de qué quería decir vivir en comuna. Aquella era entonces nuestra casa y unos cuantos amigos nos trataban como si aquello fuera un hotel. La cosa no llegó muy lejos”, admite.
Riba, con todo, considera que es compatible tener hijos y vivir en comunidad y considera que el rechazo de muchas personas a esta opción es porque el capitalismo y su idea de posesión hace que veamos a los hijos como una propiedad privada. “Pero esa idea se ha de anular, porque los hijos son de sí mismos y pueden aprender y ser cuidados por cualquier persona que quiera estar con ellos”, afirma.
El autor de ‘Noia de porcellana’ admite, sin embargo, que hoy en día esa idea se mueve en el terreno de la utopía, porque requiere “un entorno diferente” y en la actual sociedad es “imposible” de aplicar.
Esa dificultad hace que sean muy pocos los grupos que se embarcan en esa aventura comunal y a veces se trata de colectivos antisistema. Un ámbito alternativo que tampoco es fácil para los niños. “He estado cerca de personas que han hecho este experimento de crianza en común en Barcelona. Niños muy queridos, con partos en día de luna llena y otros rituales idealizados, y al final esa situación no se ha podido sostener por motivos económicos y personales, provocando el desarraigo de algunos miembros”, explica Jocelyn Guerrero, psicóloga especializada en mujeres que también tiene amplia experiencia en el tratamiento de menores.
“El grupo se dividió al cabo de siete años y los niños se quedaron colgados hasta que pudieron volver a resituarse como cualquier otro niño de una familia nuclear”, comenta esta especialista. “Las experiencias de vida en común basadas en tribus africanas o sudamericanas están idealizadas. Y si encajan en sus lugares de origen es porque no están dentro de un sistema capitalista como el nuestro, sino que toda la sociedad está armonizada con esa ideología. Las tribus no son antisistema, son coherentes con todo lo que están haciendo”, insiste.
Guerrero destaca, además, que las madres siempre saben cuál es su hijo y los niños siempre quieren tener “la seguridad” de que hay una persona que es su mamá, porque les da sentido de pertenencia y refuerza su identidad como personas.
La filósofa Carolina del Olmo, autora del libro ‘¿Dónde está mi tribu?’, corrobora que “los experimentos” que conoce de convivencia en grupo lo han tenido “muy difícil” para perdurar. “Vivimos en una sociedad en la que los lazos, las responsabilidades y el compromiso están muy deteriorados y reconstruirlos es muy complicado”, afirma la escritora.
Del Olmo destaca que esos proyectos son positivos, porque la sociedad necesita “fraternidad y apoyo mutuo”, pero dentro de la forma de vida actual, urbana, con trabajos propios del sistema capitalista “es muy complicado” ponerlos en práctica. “Pero es verdad que necesitamos un sistema de solidaridad real, lo ideal sería que fuéramos capaces de reconstruir una sociedad más fraterna y entonces la crianza sí que sería cooperativa”, añade.
La filósofa asegura que los humanos somos “una especie de crianza cooperativa” y que lo que en realidad es artifical es el modelo de sociedad actual, que solo tiene un siglo de vida. “Nos hemos acostumbrado a creer que lo natural es tener familias pequeñas, donde los niños se crían en casa, cuando en realidad, eso es lo exótico”, insiste.
El periodico
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