Austria vuelve a las urnas tan solo dos años después de que el conservador Sebastian Kurz formara gobierno y se convirtiera en el canciller más joven de Europa. Con una promesa de cambio y freno a la inmigración, el líder del ÖVP, de 33 años, optó por aliarse con los ultranacionalistas del FPÖ tras las elecciones de octubre de 2017. El experimento salió mal. En mayo pasado, la divulgación de un vídeo grabado con cámara oculta en Ibiza al ya exdirigente ultra Heinz-Christian Strache arrojó sospechas de corrupción que acabaron con coalición. Pese al fiasco, Kurz encabeza las encuestas para ganar las elecciones adelantadas del domingo. Pero necesitará socios de gobierno. Y deja abierta la opción de repetir con la ultraderecha.
El caso Ibiza cayó como una bomba sobre el Gobierno y provocó la mayor crisis política en la historia reciente de Austria. En el vídeo desvelado por dos medios alemanes, Strache hacía en el verano de 2017 promesas de contratos a cambio de ayuda de cara a las elecciones de aquel octubre -que le convirtieron en vicecanciller- a una supuesta oligarca rusa interesada en invertir en el país, la animaba a intentar controlar el periódico de mayor tirada y sugería vías de financiación ilegal de su partido.
El vicecanciller ultra dimitió al día siguiente de estallar a mediados del pasado mayo el asunto con la idea de que los conservadores mantendrían la coalición sin él. Pero Kurz pidió también la cabeza del controvertido ministro del Interior, Herbert Kickl, del ala más radical, y el FPÖ no aceptó. Los sustitutos de los ministros ultras designados por Kurz apenas duraron unos días, el tiempo que tardó parte de la oposición y el propio exsocio de gobierno en apoyar una moción de confianza que echó al líder democristiano de la cancillería. El Ejecutivo solo había durado 15 meses.
Cuatro meses después del estrepitoso fin de la coalición y con la intención de voto dividida, en las calles de Viena la ultraderecha proclama en sus carteles que una posible coalición de Kurz con otros partidos, como los liberales de Neos y Los Verdes, “pone en peligro el futuro” de Austria (8,7 millones de habitantes) y que sin el FPÖ el conservador “se escorará hacia la izquierda”. Kurz, por su parte, lanza el mensaje de que un voto al ÖVP servirá para “clarificar la situación” tras la crisis política y continuar lo que “empezó bien” con el cambio que prometió en 2017.
A la espera de un tranvía junto a una publicidad del excanciller en el centro de la capital, Julia P., de 22 años y estudiante de Derecho, opina que la disolución del gobierno “fue algo positivo”, pero no espera que el adelanto electoral cambie las cosas: “Más bien creo que se repetirirá el Gobierno entre los dos”. Tampoco espera mucho Karl Schagerl, de 67 años y profesor jubilado: “Esta vez ir a votar es más una obligación que una alegría. Creo que saldrá más de lo mismo”. Y añade: “Pienso que el caso ibiza no influirá, no mueve las posiciones de la gente, que está preocupada por otras cosas, como la educación o la sanidad”.
La sombra del escándalo acompaña una campaña en la que Kurz se ha mantenido como favorito a repetir como canciller. El dirigente no ha acusado el fracaso del Gobierno con los ultras, incluso ha salido reforzado, según las encuestas, en las que ronda el 34% de la intención de voto, por encima del 31,5% que le aupó a la cabeza del Ejecutivo hace dos años.
Visto por muchos como una víctima del escándalo, Kurz vende que su Ejecutivo funcionaba bien, había logrado reducir la migración e iniciar reformas que ahora pretende continuar. Pero, de momento, no aclara con quién, no descarta a nadie.
La ultraderecha, con Norbert Hofer como nuevo líder, le corteja sin descanso. El FPÖ ha enterrado rápidamente el escándalo de Ibiza e intenta actuar como si nada hubiera pasado. Ni siquiera ha elaborado un nuevo programa de cara a los comicios, le vale el pactado en su momento con Kurz. La estrategia de separar al partido del líder caído en desgracia -Strache controló la formación durante 15 años y la llevó a sus mayores éxitos electorales- parece haber funcionado. “El partido ha reaccionado con una estrategia inteligente, ha minimizado los daños y de momento ha evitado que el conflicto interno trascendiera fuera”, apunta el politólogo de la Universidad de Viena Laurenz Ennser-Jedenastik. Aunque sufren un retroceso, los ultras aún se mueven en torno al 20% (frente al 26% de las últimas elecciones) y pretenden disputar la segunda plaza a los socialdemócratas (SPÖ), que no han logrado sacar partido del escándalo ni la destitución del canciller -un Gobierno de corte técnico lleva la gestión hasta los comicios-.
Con una dirigente que asumió la dirección solo a finales del año pasado, el SPÖ no acaba de levantar cabeza desde que Kurz rechazó hace dos años renovar una coalición de los dos grandes partidos tradicionales que ha dominado la política austriaca desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Pamela Rendi-Wagner ha ganado terreno en las últimas semanas, pero la distancia con los democristianos es de más de 10 puntos. Alcanzó el 26,9% en 2017 y ahora ronda el 22%, que sería su peor resultado.
Detrás figuran en los sondeos los candidatos a una posible alianza con el ÖVP que sería novedosa. Los Verdes, aupados por el movimiento de la lucha contra el cambio climático, regresarían al Parlamento -del que salieron en 2017-, con un 12% de los votos. Mientras, los liberales de Neos se afianzan en el escenario político con un 8%.
En este panorama sin mayorías absolutas, Kurz es el más que probable ganador, aunque advierte constantemente que “no basta con ser el primero” porque puede formarse una coalición de partidos de centroizquierda que los sondeos, de momento, no dan por factible. El reto comenzará tras la noche electoral con la búsqueda de socios para un Gobierno. El excanciller no oculta las coincidencias programáticas con la ultraderecha -freno a la migración, lucha contra el islamismo político, reformas de impuestos etc.-, al tiempo que se pregunta en voz alta si se impondrá en el FPÖ el estilo más moderado de Hofer o la línea dura del exministro Kickl, al que excluye de entrada en un posible nuevo Gobierno.
Para plantear una nueva colaboración, también reclama que el FPÖ se desmarque nítidamente de grupos radicales como los identitarios y reaccione contra los innumerables casos de xenofobia, antisemitismo y nostalgia nazi que salpican sin cesar al partido de Hofer. Para remarcar ese mensaje, Kurz impulsa en el Parlamento un cambio en la normativa de asociaciones para prohibir a los identitarios, cuyo líder, Martin Sellner, es investigado por vínculos terroristas tras aceptar una donación del supremacista blanco que atacó dos mezquitas y mató a 50 personas en Christchurch (Nueva Zelanda) el pasado marzo.
La oposición clama contra una reedición del Gobierno del ÖVP y FPÖ, que ha salido mal y entre escándalos de las tres oportunidades de cogobernar que ha tenido -con los socialdemócratas, de 1983 a 1987, y con los conservadores de 2002 a 2006 y con Kurz-, y está abierta a hablar con el líder conservador para evitarlo. “Con el FPÖ sería más fácil, habría un Gobierno rápidamente, aunque no se sabe por cuánto tiempo, hay riesgos”, afirma Ennser-Jedenastik. Además, “Kurz da importancia a la reputación internacional del Ejecutivo, y fuera se preguntan cómo puede ser una opción la coalición con el FPÖ” tras la ocurrido, añade.
Un tripartito con Los Verdes y Neos parece posible, pero también sería arduo de acordar, dadas las muchas diferencias con los ecologistas, “que no tendrían muchos motivos para ceder”. Factible pero más lejano se antoja un acuerdo con los socialistas después de que Kurz finiquitara décadas de pactos políticos con el SPÖ con el argumento de que habían conducido al país a una parálisis. Sin embargo, en los dos partidos tradicionales hay partidarios de volver a intentarlo. Y entre los conservadores, aunque un 33% apostaría por dar la mano de nuevo a los ultras, un 40% preferiría que su jefe lo intentara con verdes y liberales, según una encuesta del instituto Peter Hajek Public Opinion Strategies de mediados de este mes.
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