Los graves incendios de este verano en la Amazonia y su representación en un mapa difundido por la NASA han servido para aflorar otras zonas del planeta calcinadas por las llamas, como Alaska, Siberia o el África central. Y también para denunciar las causas, como las prácticas agrícolas para fertilizar los campos, o bien las políticas medioambientales de países como Brasil que fomentan la deforestación.
A falta de datos sobre la superficie total quemada en el planeta este verano, en Greenpeace ponen en valor que la catástrofe en la Amazonia ha servido para crear conciencia sobre la crisis climática. “Ha sido, salvando las distancias, el ‘metoo’ de los bosques”, explica Miguel Ángel Solo, portavoz de la campaña de bosques de la oenegé.
América
Los incendios son responsables del más de un cuarto del total de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero a la atmósfera y América Latina tiene su propia contribución a la hoguera ambiental. Las imágenes satelitales de las llamas que se esparcieron por Brasil iluminaron esta vez como nunca antes las dimensiones de un problema de alcance regional que combina factores económicos, políticos y, a estas alturas, climáticos. El denominador común es la expansión a toda costa del negocio agropecuario, informa Abel Gilbert.
La mano del hombre está detrás de un 80% de las llamas. La tala para el pastoreo y la ganadería abrieron los caminos del desastre. El Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil reportó que durante los primeros ocho meses del Gobierno de ultraderecha fueron deforestados 9.250 kilómetros cuadrados, 1.813 más que en el 2018. Como si fuera arrasado casi un tercio de Catalunya. La destrucción tuvo amplia la tolerancia estatal. Los grandes grupos económicos colocaron como ministra de Agricultura a Tereza Cristina Dias, llamada por las oenegés la “musa del veneno” por su apoyo a los agrotóxicos. “Lo peor está por venir”, advirtió el ingeniero forestal y coordinador general de MapBiomas, porque los bosques calcinados en estos días han sido consecuencia de la tala en abril, mayo y junio. “Lo que ocurrió en julio y agosto arderá en septiembre y octubre”.
La Amazonia juega un rol esencial en la regulación de la temperatura global. Andre Guimaraes, director del Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (IPAM), definió con contundencia los efectos de las llamas: “En cada hectárea quemada podemos estar perdiendo una planta o una especie animal“. Los científicos estiman que el pulmón planetario llegaría a un “punto de inflexión” si se deforestara un 25% de su totalidad. Bajo esas circunstancias, no contaría con la cantidad de árboles para generar las lluvias requeridas por la selva. Un colapso del ciclo de precipitaciones tendría efectos devastadores no solo en Brasil sino Uruguay, Paraguay y Argentina. La deforestación amazónica, se alerta, está cerca del 20%.
Bolivia replica en su escala la lógica de su gran vecino. Se incendiaron 9.500 kilómetros cuadrados. El presidente Evo Morales no deja de invocar a la “madre tierra” como inspiradora de sus actos pero las oenegés ambientales le responsabilizan de haber pactado con los hombres de negocios cruceños la expansión de las plantaciones de soja y caña de azúcar y las tierras para el ganado. Las 350.000 hectáreas quemadas del Gran Chaco paraguayo tienen una consecuencia similar. El fuego ya ha llegado a las provincias argentinas de Santiago del Estero y Mendoza. Ocho mil hectáreas fueron alcanzadas en el departamento colombiano de Tolima y se espera mucho más.
Centroamérica tampoco escapa a esta matriz de desarrollo. Se han carbonizado 5.400 hectáreas de la Reserva Biológica de Indio Maíz, cuyo hábitat alberga 70% de la biodiversidad de Nicaragua. Unas 47.400 hectáreas de bosque fueron destruidas desde diciembre. El bosque de Petén, fronterizo con México y Belice, es uno de los focos. Allí se encuentra el segundo pulmón de las Américas después de la Amazonia.
Por su parte, Estados Unidos enfrenta en estos momentos 48 incendios de grandes dimensiones en 12 estados, según el National Interagency Fire Center. Los más importantes están concentrados en Alaska, uno de los pulmones del planeta, donde ha ardido en lo que va de año una extensión equivalente a la provincia de Huelva. Los expertos coinciden en que los fuegos son parte del ciclo natural en Alaska, pero también subrayan que su incidencia y duración se ha acelerado en los últimos años a raíz del calentamiento global. El aumento de la temperatura en el Polo Norte dobla a la media del planeta y a principios de julio llegaron a registrarse 32 grados centígrados en Anchorage, un récord histórico. A pesar de la preocupación que han despertado las decenas de incendios que salpican el país, la temporada está siendo hasta ahora relativamente benigna y la cifra de hectáreas quemadas está todavía lejos de las registradas en el 2015 y el 2017, el peor año desde 1952. Hace apenas 10 meses, California vivió el incendio más devastador del último siglo en EEUU. En el norte del estado se calcinaron 18.000 edificios y 86 personas murieron en Paradise y sus inmediaciones, informa Ricardo Mir de Francia.
Siberia
“La situación en los bosques de Rusia oriental hace tiempo que ha dejado de ser un problema local para tranformarse en una catástrofe ecológica a escala nacional”. Con estas alarmistas palabras, la sección rusa de la oenegé Greenpeace valoró la ola de incendios que este verano ha devastado más de 5,4 millones de hectáreas en Siberia, concretamente en el territorio de Krasnoyarsk, la región de Irkutsk y en la república de Sajá, nombre oficial de la inmensa Yakutia. En unas pocas semanas, una superficie superior al territorio de Bélgica fue devorada por las llamas, informa Marc Marginedas.
En muchas ocasiones, ni siquiera se intentó apagar los fuegos, ya que afectaban a zonas remotas, prácticamente deshabitadas y de difícil acceso. Sin embargo, el humo originado por las llamas llegó a polucionar la atmósfera de las principales ciudades rusas de Siberia durante varios días, obligando a las autoridades locales a declarar el estado de emergencia, según informó ‘The Siberian Times’.
Las localidades de Novosibirsk, Kémerovo o Tomsk permanecieron más de una semana cubiertas por una densa neblina. El gobernador general de Krasnoyarsk, Aleksándr Uss, llegó a demandar a las fábricas de los alrededores de la ciudad una reducción voluntaria de sus emisiones contaminantes. “Todos respiramos el mismo aire”, justificó.
“El humo es horrible, me ahogo, tengo vértigo”, explicó Raisa Brovkina, una mujer hospitalizada, al primer canal de la televisión rusa. Irina Pánkova, cardióloga en el hospital número 1 de Novosibirsk, ha admitido que la cifra de pacientes que acuden al centro con dolores de cabeza, presión elevada y problemas respiratorios se había incrementado de forma significativa.
Pese a que no existe una única causa que explique la epidemia de incendios en los bosques siberianos, sí es cierto que la Fiscalía General ha determinado que en algunos casos, el fuego había sido provocado para ocultar la práctica de la tala ilegal de bosques. “Hemos descubierto algunos ejemplos de ello en la región de Irkutsk”, ha acusado el portavoz de la Fiscalía General, Aleksándr Kurennoy.
África central
Una gran mancha roja situada en el continente africano desvió durante unos días en agosto la preocupación mundial por los grandes fuegos de la Amazonia. La NASA dio a conocer a través del Mapa de Información sobre Incendios para la Gestión de Recursos (FIRMS, en sus siglas en inglés) una aglomeración de fuegos en países del sur de la cuenca del Congo. Tal y como publicó la agencia de noticias Bloomberg, datos satelitales de la compañía Weather Source registraron en un lapso de 48 horas 6.902 incendios en Angola y 3.395 en la República Democrática del Congo (RDC). Unas cifras superiores a los 2.127 fuegos que se identificaron en Brasil, informa Judit Figueras.
Sin embargo, tal y como apuntan varios expertos, las consecuencias de estas llamas no son comparables a las que están destruyendo la selva amazónica. “Las imágenes satelitales son impactantes, pero la mayoría son fuegos controlados provocados por los mismos campesinos“, asegura a EL PERIÓDICO el técnico en ingeniería agrícola y director de la organización ruandesa MSAADA, Damascene Ntambara. “Además, hay que tener en cuenta que más del 60% de los hogares en estas zonas utilizan el carbón como principal fuente de combustible. Esta quema también influye en las imágenes que ha divulgado la NASA”, añade.
Quemar el suelo para volver a sembrar en él es una de las prácticas más comunes en la agricultura tradicional. Es lo que se conoce como la “tala y quema”. Según comenta a este medio Laura Daphrin, responsable de proyectos en África en el Centro de Estudios Rurales y Agricultura Internacional (CERAI), “esta costumbre consiste en talar y quemar la parcela y dejarla descansar una veintena de años para que vuelva a crecer el bosque y, con las cenizas, se fertilice el suelo de nuevo. Muchos agricultores africanos siguen ejerciendo esta técnica porque es económica y no disponen de alternativas más sofisticadas”.
Aunque la mayoría de ellos sean controlados, los incendios del África subsahariana representan el 70% del área quemada en el planeta, según sostiene la Agencia Espacial Europea (ESA). Además, el mismo organismo afirma que los incendios suponenen entre el 25% y el 35% del total de las emisiones anuales de gases contaminantes. “La cultura agrícola dice que las cenizas fertilizan el suelo, pero, al mismo tiempo, estos incendios provocan una emisión de gases de efecto invernadero y una destrucción de microorganismos del suelo, como la flora bacteriana” explica a EL PERIÓDICO el biólogo y responsable de la campaña de bosques de Greenpeace España, Miguel Ángel Soto.
“Se pueden cuestionar estas técnicas agrícolas pero sus consecuencias no se deben comparar con lo que está ocurriendo en el Amazonas. No es lo mismo quemar un bosque tropical lleno de árboles de entre 30 y 50 metros repletos de biomasa que un terreno con restos agrícolas. Cuánta más vegetación se quema, más dióxido de carbono se emite a la atmosfera”, concluye el experto.
España y Portugal
El verano del 2019 será recordado en España por la sucesión de tres incendios que han calcinado más de 11.000 hectáreas del pulmón verde de la isla de Gran Canaria y obligado a desalojar sus casas a 9.000 personas, algunas en dos ocasiones consecutivas. Para encontrar un fuego similar hay que remontarse al 2005, cuando el incendio de Riba de Saélices (Guadalajara) devastó 12.732 hectáreas y se cobró la vida de 11 agentes forestales, informa Manel Vilaseró.
A diferencia de este, sin embargo, el fuego se ha ensañado en Canarias con los espacios naturales. El 84% del terreno afectado corresponde a zonas protegidas en las que se encuentran 65 especies de animales y plantas en peligro de extinción. Habrá que esperar un tiempo hasta que pueda hacerse el recuento completo de daños.
Detrás de la catástrofe se ha repetido la misma combinación de olas de calor, baja humedad y fuerte viento que explican la virulencia y extensión que adquieren cada vez más los incendios en el sur de Europa, influidos por el cambio climático.
El mismo cóctel explosivo que cocinó el segundo incendio más importante del 2019, el de la Torre del Español, entre Tarragona y Lleida, con 4.072 hectáreas quemadas.
Al otro lado de la frontera, en Portugal, seis incendios se llevaron por delante 10.000 hectáreas en la zona de Castelo Branco, cerca de la frontera española. La mitad de Extremadura quedó cubierta por el humo.
Las dificultades para hacer frente a las llamas han puesto en evidencia una vez más el ineficaz sistema antiincendios del país vecino, que apenas ha mejorado tras el duro golpe de los dramáticos fuegos del 2017 en los que murieron 64 personas.
el periodico