Un estudio revela que cerca de 4.400 localidades del país, una quinta parte de todos los municipios, pueden llegar a desaparecer.
Algunos de sus alcaldes ofrecen dinero y otro tipo de facilidades a los jóvenes para que se trasladen a vivir allí y si es con hijos major.
En Italia hay unos 4.395 pueblos que se están despoblando, o sea, desapareciendo. Se trata de una quinta parte de los municipios de Italia, en los que reside el 4,2% de la población, la mayoría anciana. De todos estos pueblos, 139 cuentan con menos de 150 habitantes. Y eso está ocurriendo en el país que inventó las ciudades-estado y que es conocido por los propios italianos como el de “los mil campanarios”. Los datos forman parte de un estudio llevado a cabo por la Asociación Nacional de Comerciantes (ANC) y por Legambiente, una organización que vela por mantener vivos los territorios nacionales.
En un programa dedicado a viajes, la CNN emitió recientemente un documental sobre el problema de la despoblación en aldeas italianas maravillosas, situadas entre picos nevados y valles profundos. Los mayores se fueron a trabajar “a la ciudad”, los jóvenes emigraron a otros países y los que se quedaron no tienen hijos porque las perspectivas no son halagüeñas y las escuelas cierran o están a punto de hacerlo. La situación ha ido a peor desde que el Gobierno decidió recortar 80.000 maestros de primaria.
Un mínimo de tres años
A estos pueblos perdidos y despoblados se les conoce con el nombre de “aldeas fantasmas”. Algunos de sus alcaldes recurren a la imaginación para no quedarse solos. Ofrecen. por ejemplo, 1.000 euros a quien se traslade a vivir al pueblo y tenga un hijo; 2.000 euros a quien permanezca como mínimo tres años y lleve a cabo un actividad económica autónoma. Además se les ofrece casa gratis o el pago de tan solo un euro al mes por alquilar una masía abandonada.
“Tenemos toneladas de dinero para invertir, pero necesitamos niños y jóvenes”, ha explicado Alberto Preironi, primer ciudadano de los 320 vecinos de Borgomezzavalle, en el rico Piamonte (Turín), pueblo encaramado entre las montañas alpinas. A Giovanni Bruno Mattiet, alcalde de la aldea alpina de Locana, también en los Alpes, se le mueren cada año 40 vecinos y nacen solo 10. “Estoy dispuesto a pagar hasta 9.000 euros durante tres años a cada familia que llegue con un hijo”, afirma. La única condición es que ganen un mínimo de 6.000 euros al año. Mattiet dice que busca “atraer principalmente a jóvenes y profesionales que trabajen como autónomos o que estén dispuestos a comenzar una actividad” en la población. En el pueblo, que otrora tenía 7.000 habitantes y ahora 1.900, hay decenas de tiendas, bares y restaurantes obviamente cerrados.
Experimento japonés
El problema no es solo del norte. En Isca Superiore, en la región de Calabria, eran 60.000 vecinos y apenas han quedado 600, la mayoría ancianos. Los adultos y jóvenes trabajan en Alemania. Japón, que tiene una gran población anciana a la que el sol del sur europeo beneficia su salud, ha ensayado el experimento de traer a un tropel de ciudadanos de la tercera edad a uno de estos burgos, restaurarlo, abrir tiendas con productos japoneses e incluso ponerles a disposición algún médico y enfermeras oriundas, farmacia autóctona incluida.
El estudio muestra que con respecto a la despoblación no hay diferencvia entre el norte (bienestante) y el sur (pobre), “sino que Italia se ha dividido en un país que funciona a dos velocidades y quien se retrasa no recupera camino”, explica Carlo Sangalli, autor de un anterior informe de la ANC sobre la despoblación urbana. Según Sangalli, “frente al riesgo concreto de despoblación” es necesario un esfuerzo nacional común “para que aquellos lugares y aquella identidad -que no son solamente un patrimonio inapreciable, sino las raíces mismas del país- no se pierdan y desaparezcan para siempre”.
Ermete Realacci, presidente honorario de Legambiente, dice que espera que en el Parlamento se produzca una reacción conjunta que haga que “los municipios con menos de 5.000 habitantes no sean considerados como una herencia del pasado, sino como protagonistas del futuro”. Según los etnólogos, por cada pueblo abandonado “se pierde un dialecto o idioma, un relato del mundo, los cuentos para los niños, la diversidad agrícola y el mismo paisaje que poco a poco se degrada”.
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