El gigantesco proyecto enérgético, conocido como “El Nord Stream 2”, tendrá 1.225 kilómetros de largo y alimentará a varios países europes del gas natural ruso ante la oposición de algunos socios de la UE y de EEUU.
Las tuberías metálicas se han convertido en un elemento clave en los tensos equilibrios geopolíticos del Este de Europa. La controversia tiene un nombre: ‘Nord Stream 2’, un gasoducto que permitirá transportar anualmente más de 50.000 millones de metros cúbicos de gas natural de Rusia a Alemania y que ha despertado la oposición de gran parte de socios europeos y de Estados Unidos.
Este gigantesco proyecto energético, que une bajo las aguas del mar Bático los 1.225 kilómetros que separan las ciudades de Ust-Luga y Lubmin, seguirá prácticamente el mismo recorrido que su gasoducto hermano, ‘Nord Stream’, construido el año 2011. Juntas, estas tuberías impulsadas por una alianza entre el gigante estatal ruso Gazprom y empresas de Alemania, Francia, Austria y los Países Bajos duplicarán su potencia actual, bombeando hacia Europa casi un cuarto de la demanda total de gas natural en la Unión Europea (UE).
Para el Gobierno de la cancillera Angela Merkel el controvertido proyecto permitirá saciar la necesidad alemana por encontrar una fuente que la abastezca de este preciado aunque contaminante hidrocarburo. La primera potencia económica del continente es también el país que más gas natural consume y el que más importa —un 44,84% proviene de Rusia—. En 2017 la producción de gas en Alemania cayó un 8,3%, una tendencia que se da en menor medida en todo el territorio de la UE y que refuerza esa necesidad con la que sus partidarios justifican la creación del ‘Nord Stream 2’.
Rechazo en Washington y Minsk
Según lo planeado, la tubería de la discordia estará operativa a principios del próximo año, algo que inquieta especialmente a socios europeos como Ucrania o Polonia, cuyos gasoductos se verían perjudicados por el reforzamiento de la infraestructura rusa. Pero el proyecto también preocupa en Bruselas, ya que choca con las políticas de contención rusa de la UE, que desde hace años impulsa iniciativas para reducir su dependencia energética de Rusia. En la actualidad, hasta un 35% del gas natural utilizado en Europa proviene del subsuelo ruso, una cifra que Moscú espera que se dispare en los próximos años debido a la escasez europea.
La creación del ‘Nord Stream 2’ acentuará esa dependencia. Para Donald Trump, ferviente opositor del proyecto, convertirá a Alemania en “prisionera de Rusia”. Varios expertos señalan que el Kremlin ve en ese gasoducto un mecanismo para reforzar su influencia y perjudicar a Ucrania, país que aún encabeza el tránsito de gas ruso a Europa y con quien Moscú mantiene una guerra de baja intensidad en el Donbás desde que en 2014 se anexionase la península de Crimea. Los 3.000 millones de euros obtenidos por las tarifas de tránsito son necesarios para un gobierno de un país que el próximo 31 de marzo celebra elecciones.
Kiev y Washington han asegurado que trabajarán para “contrarrestar” el proyecto geopolítico de Vladímir Putin. “No podemos garantizar la defensa de Occidente si nuestros aliados se hacen dependientes de Oriente”, remarcó el vicepresidente, Mike Pence, este fin de semana desde Múnich.
La oposición estadounidense al ‘Nord Stream 2’ también se debe a sus aspiraciones de competir en el mercado energético mundial. Desde hace años, la Casa Blanca ha impulsado la extracción de gas natural a través del ‘fracking’ y su comercialización en forma líquida, un mercado en el que es la potencia que más rápido crece y en el que Rusia es el séptimo máximo exportador. “El gas licuado estadounidense es bienvenido en Europa pero tiene que enfrentarse a la competencia como los demás”, rezaba una carta abierta firmada por diputados alemanes de varios partidos. Ante ese escenario, Washington ha amenazado a las empresas implicadas con sanciones económicas, en una reedición del ataque comercial que Ronald Reagan emprendió contra la ‘Ostpolitik’ europea en 1982.
Tensión con París
La ambición comercial de Alemania ha despertado las críticas de incluso socios habituales como Francia. Pocos días después de exhibir en Aquisgrán un nuevo gesto simbólico sobre la amistad franco-alemana, París cargó por sorpresa contra su aliado al reclamar que los proyectos con origen fuera de la UE quedasen bajo las normas del mercado comunitario. No importó la implicación en el gasoducto de la empresa Engie, operada en parte por el Estado francés. La Comisión Europea lo apoyó y el Parlamento votó a favor modificar una directiva europea del gas que en los próximos meses se convertirá en ley. El acuerdo cambia poco el panorama.
Tras años negando la mayor, el año pasado Merkel reconoció que el gasoducto es un proyecto geopolítico y garantizó que su creación no mermará la capacidad de Ucrania. Presidido por el excanciller alemán Gerhard Schröder, el ‘Nord Stream 2’ seguirá su curso. Pero, de cumplirse sus amenazas, las sanciones estadounidenses pueden tensar aún más las posiciones de una alianza franco-alemana más alejada de lo que los grandes discursos políticos quieren reconocer.
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