Putin condiciona el papel de Turquía en la futura Siria a que resuelva la tensión en la región de Idlib.
La Conferencia de Madrid sentó en 1991 un modelo de diálogo multilateral en Oriente Próximo tras el fin de la Guerra Fría, que había enfrentado a Washington con Moscú por la hegemonía en una región estratégica. Transcurridos más de 27 años, dos cónclaves paralelos escenificaron este jueves en Varsovia y Sochi el reavivado enfrentamiento entre las potencias sobre Irán, la guerra en Siria y el conflicto israelo-palestino. Estados Unidos y Rusia, copresidentes en Madrid en 1991, ya no median para apaciguar tensiones, y van de nuevo del lado de contendientes en liza.
En el foro de la capital polaca, la diplomacia estadounidense ha tocado a rebato para congregar a más de 60 países en una reunión por la paz y la seguridad en Oriente Próximo concentrada en Irán. En la cumbre del balneario ruso del mar Negro, el presidente Vladímir Putin ha impuesto de nuevo el guion de la posguerra siria a sus homólogos iraní, Hasan Rohani, y turco, Recep Tayyip Erdogan.
Mientras que en las conversaciones de la capital española estuvieron presentes el Gobierno de Israel, encabezado por el entonces primer ministro, Isaac Shamir, y representantes de los palestinos, como Saeb Erekat y Hanan Ashrawi, en Varsovia no ha comparecido ningún alto cargo de Palestina. En medio de esa insalvable ausencia, el actual mandatario israelí, Benjamín Netanyahu, compartió la conferencia con enviados de países árabes como Arabia Saudí, Kuwait, Marruecos, Omán, Bahréin, Túnez, Egipto, Jordania y Emiratos Árabes Unidos.
Precisamente desde la Conferencia de Madrid —a la que acudieron representantes diplomáticos de Egipto, Jordania, Siria y Líbano—, ningún jefe de Gobierno del Estado judío se había sentado con tantas delegaciones árabes en una misma mesa. Dos años después del histórico cónclave de Madrid israelíes y palestinos firmaron los Acuerdos de Oslo, que sentaron las bases para la creación de la Autoridad Palestina. Nadie espera ahora que de la Conferencia de Varsovia vayan a salir señales claras de un avance hacia la paz.
Jared Kushner, asesor principal para Oriente Próximo y yerno del presidente de EE UU, Donald Trump, compareció ante los reunidos en la capital polaca sin desvelar el plan de paz para Oriente Próximo que ha elaborado por encargo de la Casa Blanca. La iniciativa no será presentada en ningún caso antes de la celebración de las legislativas convocadas en Israel el 9 de abril, de manera que no pueda ser utilizada como arma electoral. Los sondeos predicen una nueva victoria del partido Likud de Netanyahu.
“En el pasado, el odio hacia Israel era un factor unificador en el mundo árabe”, declaró Kushner, citado por France Presse, en la Conferencia de Varsovia, “pero hoy existe más preocupación por el futuro de los ciudadanos”. En su mayor reto diplomático, el joven asesor de Trump pretende acercar a los líderes árabes más preocupados por el auge regional de Irán a una alianza de intereses con Israel, al margen de las posibilidades reales de acuerdo de paz con los palestinos. Tan solo Egipto y Jordania mantienen relaciones formales con Israel.
En un alto en su permanente campaña electoral, Netanyahu consideró este jueves que la reunión representaba “un hito”. “En una única sala, en presencia de decenas de Gobiernos, un primer ministro israelí y ministros de los principales países árabes han estado juntos y han hablado en voz alta contra el peligro que representa el régimen iraní”, afirmó el mandatario hebreo. El vicepresidente de EE UU, Mike Pence, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, celebraron también la presencia de árabes e israelíes “intercambiando puntos de vista”.
La hoy diputada palestina Hanan Ashrawi condenó en Jerusalén “la dinámica del unilateralismo” en Varsovia, en una reunión, dijo, que “no cumple con los mínimos requisitos diplomáticos”.
Mientras, Rusia se está esforzando al máximo para regresar a escena como una potencia global. En Siria ya lo ha logrado. Este jueves, en Sochi, un balneario a orillas del mar negro, Vladímir Putin volvió a erigirse como mediador entre jugadores rivales en la región y dejó claro a sus homólogos iraní, Hasan Rohaní, y turco, Recep Tayyip Erdogan, que su voz será decisiva en el papel de ambos en el futuro del país.
De momento, al líder ruso, que durante los cerca de ocho años de conflicto ha respaldado al régimen de Bachar el Asad, se le está acabando la paciencia con Erdogan. Putin insinuó al presidente turco que si no resuelve la situación en Idlib (norte de Siria) –el último gran bastión de la oposición a El Asad (parte de la cual está apoyada por Turquía), pero también de grupos cercanos a Al Qaeda–, su pedazo del pastel quedará muy reducido.
Moscú y Ankara acordaron en septiembre crear en Idlib una zona desmilitarizada a condición de que Turquía liberase el enclave de yihadistas. Entonces se pactó un alto el fuego y se evitó una ofensiva de las tropas del régimen. Pero Ankara no ha cumplido su parte y la intervención de las fuerzas de El Asad vuelve a estar sobre la mesa. Y eso sería un gran fracaso para Erdogan.
“El mantenimiento de un cese de las hostilidades no debería ir en detrimento de los esfuerzos para combatir el terrorismo”, dijo Putin en una rueda de prensa flanqueado por Rohaní y Erdogan. “La creación de una zona de desescalada en Idlib es una medida temporal, los agresivos ataques registrados allí no deben quedar impunes”, afirmó el líder ruso. Y el alto el fuego de El Asad en Idlib, donde viven unos tres millones de personas, la mayoría desplazadas desde otras partes del país, no durará si no desaparece el “foco de terroristas” de la zona, advirtió Putin.
La tríada formada por Rusia, Irán y Turquía –valedores del llamado proceso de Astaná para poner fin al conflicto en el país árabe— acordaron dar “pasos” para “destruir el foco terrorista” de Idlib. Eso descarta una intervención militar —la opción preferida por Irán—, según explicó después el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov; al menos por ahora. Erdogan, no obstante, estaría abierto a que una fuerza conjunta liderada por Rusia se uniese a sus tropas en Idlib, según fuentes turcas.
Pero el objetivo para Putin y Rohaní, resaltaron ambos líderes, es que el régimen sirio recupere el control de todo el territorio sirio. “Uno de los principios del acuerdo debe ser el respeto por la integridad territorial del país, Siria. Esto también se aplica a la zona idlib, los territorios adyacentes al Éufrates, incluida la ribera oriental, y, por supuesto, la lucha contra el terrorismo debe continuar, dondequiera que estén los terroristas”, avisó Putin.
La reunión de este jueves en el famoso balneario de Rus del mar Negro, donde a Putin le gusta agasajar a los líderes extranjeros, es la primera de los tres mandatarios desde que el presidente de EE UU, Donald Trump, anunció en diciembre que retiraría de Siria los alrededor de 2.000 soldados que mantiene desplegados. Una medida que aún debe materializarse y de la que casi todos los actores dudan, pero que cambia por completo el equilibrio de fuerzas en la región.
Además de evidenciar que todavía falta un plan para afrontar esa nueva realidad, alimenta las tensiones entre Ankara y Moscú por el control de la región. Pese a las dudas, Trump renovó su promesa la semana pasada. Y Putin le lanzó un capote: declaró que el presidente estadounidense está haciendo lo posible para cumplir todas sus promesas electorales, incluida la retirada de tropas; pese a que la situación interna con la oposición demócrata no se lo está poniendo fácil, dijo.
Moscú es el principal ganador de la salida de EE UU de Siria. Rusia, a pesar de su debilidad económica de los últimos años, ha podido afianzar su papel para aumentar su poder internacional; sobre todo en Oriente Próximo. Es lo que Putin lleva deseando años. Y este jueves, 30 años después de la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán, el líder ruso volvió a dejar claro que se está recuperando: nada se mueve en Siria sin su plácet. una Turquía que ya se sabía algo tocada por la influencia de Rusia, confirmó que, pese a las amenazas de EE UU, comprará a Moscú su sistema de misiles tierra-aire S-400.
El próximo objetivo del líder ruso es que Ankara reconozca a El Asad, al que Turquía se ha opuesto durante todo el conflicto. Este jueves, el presidente turco volvió a pedir a Putin su beneplácito para crear otra zona desmilitarizada, esta vez en la zona de Manbij, cerca de su fronteras, un territorio controlado ahora por las milicias kurdosirias YPG, respaldadas por EE UU y que Turquía considera terroristas. Y por segunda vez, el dirigente ruso declinó la propuesta que Erdogan le había planteado ya a finales de enero, en Moscú.
El papel de los kurdos
De hecho, el presidente ruso sugirió a Erdogan que en realidad esa zona tapón no es necesaria, y volvió a poner a cambio sobre la mesa los acuerdos de Adana de 1998, que permiten a los militares turcos cruzar la frontera si es en defensa propia, siempre que Damasco no logre controlar a los combatientes kurdos. Pero si Erdogan invoca ese acuerdo, sería una forma explícita de reconocimiento del presidente Al Asad, quien lo rubricó.
Los kurdos parecen ampliar su papel en el nuevo tablero sirio. “El pueblo kurdo se considera parte del pueblo de Siria, debe disfrutar de sus derechos juntos. Y estos deben garantizarse en el futuro de Siria; deben tener su papel en la soberanía de Siria”, advirtió Rohaní ante Erdogan. Rusia e Irán buscan que las milicias del YPG, que han combatido durante años y con éxito al ISIS, se acerquen al régimen —de quien han mantenido una postura bastante ambigua estos años— en lugar de negociar con Estados Unidos, quien había sido su aliado en la contienda y que aparentemente les ha dejado bajo bajo la lluvia frente a Erdogan.
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