“Vamos juntos a cambiar el destino. Sabemos a dónde queremos ir”. Al lado de la futura Primera Dama, Michelle, con la que se casó en una ceremonia evangelista, Jair Messias Bolsonaro le habló a Brasil en la noche del domingo como presidente electo. Después obtener el 55,4% de los votos, contra el 44,58% de Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), prometió un “Gobierno decente”, basado en la Constitución, con el propósito de alcanzar la “paz y la prosperidad”, defender “la propiedad”, preservar la familia, “sus valores” y terminar con las “ideologías”. Tomado de la mano del pastor evangelista Magno Malta, “mito”, como le gritaron sus simpatizantes, agradeció a Dios y le pidió “sabiduría”. Malta inició una oración en la que la gratitud se mezcló con el verdadero programa político: “Señor, fueron años de lucha, pidiendo protección”, dijo el también ex senador y cantante, conocido por sus picardías en la actividad pública. El candidato del minúsculo Partido Social Liberal (PSL), dijo, pudo “arrancar los tentáculos de la izquierda”. En las afueras de su casa, ubicada en el acomodado barrio carioca de Tijuca, una multitud celebró el triunfo, como lo hicieron también en las playas de Copacabana y en numerosas ciudades del país.
Treinta y tres años después de la normalización democrática, la mayoría de los brasileños eligieron que dos militares conduzcan sus destinos: Bolsonaro, capitán retirado, y el general Hamilton Mourão. Desde 1955 que un dirigente de extrema derecha no se presentaba en una presidencial. Plínio Salgado quedó esa vez en cuarto lugar en la contienda que consagró vencedor a Juscelino Kubitschek, el gran modernizador del país. Con el apoyo de la Italia mussoliniana, Salgado había fundado en los años treinta la Acción Integrista, con sus “camisas verdes” y sus facciones paramilitares. Pasaron 73 años para que Bolsonaro llegara mucho más lejos que el antiguo fascista: hasta el Palacio Planalto.
Bolsonaro había votado en la Escuela Municipal Rosa da Fonseca, en la Villa Militar, ubicada en la zona norte de la ciudad, con una puesta en escena que prefiguraba los resultados. Desde tierra y aire lo custodiaron como si ya se tratara de un jefe de Estado. Ante las cámaras dejó ver que tenía un chaleco antibalas que lo protegería de un eventual nuevo atentado. Imágenes guerreras, memes iracundos o racistas, una ardua actividad en Facebook, donde tiene más de ocho millones de seguidores, y el uso intensivo de las ‘fake news’, le llevaron hasta la segunda vuelta como favorito. Los evangélicos, en sus dos principales facciones, son los otros ganadores de la contienda. Desde los púlpitos y la televisión, mientras recomendaban beber “agua consagrada”, alabar a una fuerza omnipotente pero piadosa, o adquirir sin costo un juego de llaves que abre las puertas de la vida, el éxito financiero y amoroso, los “bispos” (obispos) pidieron con sigilo o abiertamente a sus más de 40 millones de feligreses elegir al líder del PSL.
El milagro que no llegó
Haddad llamó a resistir con “coraje”. Había recortado ventajas. De haber comenzado la campaña tan solo 15 días antes, la historia, se ha dicho, podría haber sido otra. Esa demora se debió a que Luiz Inacio Lula da Silva, preso en una cárcel de Curitiba y candidato natural del PT, peleó hasta último momento por su derecho a participar en los comicios. A última hora le dieron sus votos cantantes, ‘yotubers’, y personajes que consideraron, ante todo, la necesidad de impedir el ascenso al poder de la ultraderecha. No bastó. Tereza Crunivel, columnista de ‘Jornal do Brasil’, sostuvo que en un país “con más amor a la democracia”, la amenaza de Bolsonaro habría generado una amplia coalición para frenarlo. Pero a los líderes del campo democrático les faltó “grandeza” para darle la mano al adversario de ayer. Ciro Gomes y Fernando Henrique Cardoso “no son los únicos que serán recordados por la omisión si viene lo peor”.
El miedo de los derrotados
Bolsonaro es una moneda de dos caras de difícil conciliación: de un lado, la vocación autócrata, sostenida por los que piden pena de muerte, portar armas, sancionar con trabajos forzados a los opositores y, ante todo, librar una guerra de verdad contra el narcotráfico y la delincuencia. A la vez, anunció, se viene una drástica política de ajuste y privatizaciones. “Hay que aprovechar la luna de miel”, dijo su vice, el general Mourão. En este Brasil de sentimientos tan polarizados, el libro ¿Cómo la democracia llega a su fin`, del inglés David Runciman, se ha convertido en lectura casi obligada de los que no abrigan ninguna esperanza. El asesinato en las vísperas de un joven que simpatizaba por Haddad en la ciudad de Pacajus fue percibido como un augurio tenebroso. “Los negros, homosexuales, pensionados, actores y artistas, sin tierra y sin techo, pequeños asalariados, indígenas, medios de prensa y periodistas, favelados (habitantes de las chabolas) expuestos a tiroteos, ambientalistas: son muchos con motivos para sentirse amenazados por Bolsonaro”, señaló Janio de Freitas en las páginas del diario paulista Folha.
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