Ministerio libanés de Información
La cuestión norilandesa sigue siendo el gran obstáculo para una acuerdo entre los Veintisiete y Londres.
Cuando el Reino Unido abandone la Unión Europea el 29 de marzo de 2019, Irlanda del Norte también dejará de formar parte del club. ¿Qué ocurrirá entonces con los 500 kilómetros de frontera “invisible” que atraviesan cada día 30.000 personas (un millón al año), sin contar los miles de camiones con mercancías a bordo, entre Irlanda e Irlanda del norte? Tanto Londres como Bruselas se han comprometido a evitar el regreso de una frontera “dura” que divida de nuevo la isla con controles físicos o infraestructuras fronterizas, que reavive las viejas tensiones socioeconómicas y ponga en riesgo los acuerdos de paz de Viernes Santo firmados en 1998. Sin embargo, año y medio después del inicio de las negociaciones. este sigue siendo el gran obstáculo a superar para cerrar de forma amistosa el acuerdo de divorcio.
En principio, la decisión del Gobierno británico de abandonar tanto la unión aduanera como el mercado interior obliga a reinstaurar controles entre Irlanda e Irlanda del norte. Para garantizar unas relaciones comerciales sin fricciones, el negociador europeo Michel Barnier propuso a finales de 2017 la creación de una especie de red de seguridad –conocida como backstop- que garantizase que, bajo ninguna circunstancia, reemergerá la frontera dura entre ambos territorios. Esa solución implica mantener a Irlanda del norte dentro de la unión aduanera y parte del mercado único y se aplicaría como último recurso, hasta encontrar una vía alternativa, bien tecnológica bien en forma de un acuerdo comercial entre la UE y el Reino Unido. Es la principal línea roja de la UE. Sin acuerdo sobre el estatus norirlandés, no habrá ni pacto de divorcio ni negociaciones para un pacto comercial futuro.
Los controles aduaneros
Aunque inicialmente la primera ministra británica Theresa May dio su beneplácito –en diciembre y en marzo pasado- no tardó en retractarse. Tras meses de silencio e incertidumbre, propuso una alternativa a esa red de seguridad: mantener al conjunto del Reino Unido en la unión aduanera pero de forma temporal. Su plan, que no hacía referencia al mercado interior, fue rechazado por los 27 en la cumbre de Salzburgo, que los británicos vieron como una humillación, al no garantizar que en el futuro no habrá una frontera dura entre ambos territorios. Lo mismo hizo el ala dura de su partido, aunque en su caso porque temen que la provisionalidad se convierta en permanente y porque el Reino Unido no podría firmar mientras tanto acuerdos comerciales con terceros países. Pese a este nuevo choque, Barnier volvió hace unas semanas a la carga con una nueva propuesta para minimizar al máximo el impacto de los controles aduaneros. Garantizó que pasarían a ser administrativos y virtuales, y que se realizarían lejos de la frontera. Incluso llegó a poner como ejemplo de los controles de mercancías entre Canarias y España como una de las vías para “desdramatizar”” la situación. La oferta tampoco fue finalmente aceptada.
Londres volvió a decir no tras constatar la rebelión interna generada por la solución aduanera y, especialmente, por la permanencia del territorio norirlandés en el mercado único de mercancías. Tanto el Partido Unionista Democrático (DUP), aliado de May en Westminster y de cuyos votos depende para aprobar el presupuesto de 2019, como los ‘brexiters’ más duros consideran inviable esta opción al entender que viola su integridad territorial y soberanía por establecer una diferencia de trato dentro del Reino Unido y someter a Irlanda del norte a las reglas europeas (sanitarias, reglamentarias…) y no a las británicas. Los británicos exigieron garantías de que el cortafuegos para Irlanda del norte no se aplicará jamás. La Eurocámara, que tiene poder de veto en el acuerdo final, ya ha dejado claro que si no hay red de seguridad tumbará el pacto.
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