La agenda latinoamericana de la administración de Donald Trump se parece cada vez más a lo que su gabinete de guerra y asesores fascistoides siempre han sabido hacer: fabricar pretextos, mentir y manipular.
La agenda latinoamericana de la administración de Donald Trump se parece cada vez más a lo que su gabinete de guerra y asesores fascistoides siempre han sabido hacer: fabricar pretextos, mentir y manipular, en franca coherencia con las amenazas del nuevo jefe del Consejo de Seguridad Nacional, John Bolton, de que el 2018 le deparaba mayor prominencia a la región dentro de las prioridades bélicas de su mandatario.
El presidente Trump amenaza con invadir a Venezuela; desata bloqueos, guerra económica y sanciones casi semanales contra Caracas; es el principal promotor del genocidio por hambre, y luego culpa al socialismo de empobrecer a la rica nación sudamericana; a sus vasallos y aliados ordena echar más leña al fuego y procurar la condena internacional con otro invento de su fábrica de mentiras en el Consejo de Seguridad Nacional.
Como si no fuera suficiente, incita a los militares de la nación sudamericana a protagonizar un golpe de Estado; luego se burla de ellos por su actuación durante un intento de magnicidio contra el mandatario venezolano, con empleo de drones, intentona que, aunque se plantea que se organizó en la vecina y necesitada de paz Colombia, a quienes más les interesa están en Estados Unidos.
Las ofensas, amenazas y los epítetos irrespetuosos contra Venezuela, Cuba y Nicaragua se repiten una y otra vez entre el ultrarreaccionario vicepresidente Michael Pence; el prepotente secretario de Estado Mike Pompeo, o los congresistas anticubanos y antilatinoamericanos Marco Rubio, Ileana Ros o Bob Menéndez. La chusma y la mafia se afilan los dientes con odio en vísperas de las matanzas que traman.
El director general para Estados Unidos de la Cancillería cubana, Carlos Fernández de Cossío, alertó a principios de esta semana que en los últimos meses el Gobierno de Estados Unidos ha escalado la retórica hostil contra Cuba. «Acude a reiterados pronunciamientos de altos funcionarios destinados a fabricar pretextos para conducir a un clima de mayor tensión bilateral (…). Fabrican acusaciones infundadas contra Cuba con los llamados incidentes de salud, emitiendo imputaciones difamatorias sobre la seguridad de sus diplomáticos en Cuba».
La fracasada campaña contra la Isla en el área de los derechos humanos –cansona, desprestigiada y mil veces derrotada– se incorpora al arsenal de los inventos. Nada de diálogos y mucho menos respeto. Oídos sordos en cuanto a la disposición de la Isla a hablar entre iguales. Con guiones de guerra fría y guiños hacia los mafiosos de Miami, la directiva Trump hacia Cuba acude a acusaciones fraudulentas, campañas difamatorias y provocaciones en la ONU, como también acaba de denunciar la representante permanente cubana ante la organización, la Embajadora Anayansi Rodríguez Camejo.
La diplomática denunció la creciente politización en el tratamiento del tema de los derechos humanos, en particular contra países del Sur, en franca violación de los principios de objetividad, no selectividad e imparcialidad, que Naciones Unidas desea imprimirle al análisis del concepto. Expuso como el más reciente ejemplo la provocación organizada contra Cuba por el Gobierno de Estados Unidos en la sala del Ecosoc, uno de los órganos principales de la ONU.
Argumentó que dicha intención, usando el nombre y los predios de las Naciones Unidas para atacar a uno de sus Estados Miembros, es una clara violación de los propósitos y principios de la Carta y el Derecho Internacional, y de las normas de esta Organización para la celebración de sus reuniones.
El evento contra Cuba, el cual forma parte de una campaña difamatoria contra la Isla, constituye además un nuevo ultraje a la soberanía del pueblo cubano y un irrespeto a su libre determinación, que merece el más enérgico rechazo y condena. Enfatizó la diplomática cubana que el Gobierno de Estados Unidos carece de toda autoridad moral para juzgar a Cuba, cuando su actual administración impulsa una agenda de ideas supremacistas, racistas y xenófobas.
Después de arremeter en los más duros términos contra la ONU, de abandonar acuerdos y convenios imprescindibles para la paz mundial, la protección del medio ambiente y el desprecio por el Consejo de Derechos Humanos, Trump y su gabinete se han propuesto profanar el espíritu de la Carta de la ONU y convertir sus escenarios de diálogo y búsqueda de consensos en virtuales terrenos de operaciones agresivas y amenazas.
La reciente visita de Trump a la ONU despertó temores hasta en sus propios asesores, su discurso fue grosero y prepotente, no solo contra Latinoamérica, sino con todo el mundo, pero una señal de la antidiplomacia más aberrante, la protagonizó su exembajadora ante la organización Nikki Haley.
A la belicosa embajadora ante la ONU no le bastaron las ofensas de su presidente, y se fue a la calle, megáfono en mano, a gritar: «Vamos a seguir hasta que Maduro se haya ido».
¿Con qué moral puede hablar de derechos humanos Estados Unidos, cuando en pleno siglo XXI enjaula niños inmigrantes que siguen detenidos y separados de sus padres, que son perseguidos, expulsados y despreciados? Washington no puede ocultar que más de 2 500 familias habían sido separadas por la fuerza entre el otoño del 2017 y fines de junio del presente año.
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