En diciembre de 1978, durante el III Pleno del XI Comité del Partido Comunista de China, y con la guía de Deng Xiaoping, se adoptó una política que logró darle un impulso sin precedentes al gigante asiático.
Cuatro décadas atrás, tal vez muy pocos imaginaron que China lograría convertirse en una de las principales potencias a nivel mundial, tenía los números en su contra: sus indicadores económicos y sociales no eran los mejores, y la pobreza afectaba a una parte relevante de su población.
Pero en diciembre de 1978, durante el III Pleno del XI Comité del Partido Comunista de China (PCCH), y con la guía de Deng Xiaoping, se adoptó una política que logró darle un impulso sin precedentes al gigante asiático: el «gaige kaifang», conocido en español como la reforma y apertura.
El hecho, considerado como uno de los más trascendentales del pasado siglo, buscaba superar las «deficiencias existentes en el sistema administrativo de la economía nacional», según el excanciller Huang Hua.
Se dejaron atrás los errores de la década de la Revolución Cultural (1966-1976), y bajo el mando de Deng se dio a conocer al mundo el «socialismo con características chinas».
Aunque supuso un enorme cambio, hubo cuestiones que permanecieron inalterables, como el camino del socialismo, la dictadura del proletariado, la guía indiscutible del pcch y la vigencia del marxismo-leninismo y del pensamiento de Mao Zedong.
Partiendo de ahí, el gigante asiático trazó entonces un camino para salir del atraso y del subdesarrollo, a través de una modernización económica con apertura al exterior, la promoción del libre mercado y la introducción de tecnología avanzada.
A casi 40 años de la fecha que marcó un antes y un después en la historia moderna del gigante asiático, Granma presenta algunos de los hitos más importantes de este proceso de reforma y apertura.
Agricultura, el primer paso
En el momento de su implementación, a finales de los años 70 del pasado siglo, el tema de la alimentación de los más de 900 millones de chinos requería de atención inmediata y alrededor de un 70 % de ellos vivía en zonas rurales. La importancia de la agricultura en China conllevó a que este fuera el primer sector con cambios estructurales.
Las medidas incluyeron la descolectivización de la tierra y, en lugar de ello, se estableció un sistema de responsabilidad familiar, con contratos con el Estado para vender una cuota fija de la cosecha a un precio especial, mientras que el excedente podía ser canjeado en los mercados.
Todo esto contribuyó a un paulatino aumento en la producción agrícola, que a su vez logró reducir el número de personas en la pobreza extrema: en las últimas cuatro décadas salieron de la miseria más de 800 millones de chinos, una hazaña que ningún otro país ha logrado en ese tiempo.
Actualmente China es uno de los principales productores de granos y caña de azúcar a nivel mundial, y sus mayores exportaciones son la soya, el algodón y los aceites comestibles.
El pasado mes de marzo, durante la Asamblea Popular Nacional, se creó el Ministerio de Agricultura y Asuntos Rurales (se eliminó el antiguo Ministerio de Agricultura), encargado de «revitalizar el mundo rural». Tiene entre sus competencias el departamento de producciones agrarias y el de la pesca; además de la financiación dentro del ámbito rural.
Shenzhen, ciudad pionera
La reforma y apertura contempló en sus inicios el establecimiento de cuatro Zonas Económicas Especiales (zee), en las ciudades de Shenzhen, Shantou, Zhuhai y Xiamen, donde se buscaba la atracción de la inversión extranjera, la introducción de nuevas formas de gestión administrativa y un acercamiento a las nuevas tecnologías.
El caso de Shenzhen es posiblemente el más exitoso y símbolo del proceso iniciado hace 40 años en el gigante asiático; ubicada en la sureña provincia de Guandong (Cantón) y adyacente a Hong Kong, sus habitantes vivían apenas de la pesca, pero hoy es considerada una de las más desarrolladas e «internacionalizadas» ciudades de China.
Al menos un 95 % de sus 12 millones de residentes son de otras partes de China e incluso, de otros países; tiene el mayor número de puertos en la nación y el mayor flujo transfronterizo de pasajeros y vehículos.
Además, a menudo se le llama el «Sillicon Valley chino», en su espacio de más de 1 900 kilométros cuadrados acoge a 8 037 compañías nacionales de alta tecnología (entre ellas Huawei, zte, byd), entre otras.
De 1979 al 2015, la tasa de
crecimiento anual del Producto Interno Bruto (pib) de Shenzhen alcanzó la cifra de 23 %; por otra parte, es el líder nacional en pib per cápita y su volumen total exportado también ocupa el primer puesto en el país desde hace más de 20 años.
La ciudad está comprometida con el cuidado medioambiental y el desarrollo sostenible: el 41,5 % de su espacio urbano está cubierto de zonas verdes, en el 2008 fue catalogada como «Ciudad de Diseño» por la Unesco y se convirtió en el primer miembro de esa red proveniente de un país en vías de desarrollo.
Múltiples factores, una misma hoja de ruta
Otros múltiples factores confluyen en una misma hoja de ruta impulsada por el Gigante asiático. Comentaremos apenas algunos más.
En el ámbito externo, la entrada de China a la omc se considera también un factor importante, pues sus exportaciones crecieron de 10 000 millones de dólares en 1978 a más de 200 000 millones en el 2000.
En el momento de su admisión a la organización en el 2001, esto se consideró como un paso decisivo y estratégico en el liderazgo del país, que daría un impulso al proceso de reforma y apertura en otros factores que sin dudas han determinado el desarrollo de la nación, pues se presentaron nuevas oportunidades, se eliminaron restricciones a empresas extranjeras con sede en el territorio nacional y se abrieron mercados locales para bienes producidos en el exterior.
Cifras recientes del Ministerio de Comercio, citadas por Xinhua, refieren que durante la primera mitad del 2018 las cifras de inversión extranjera directa subieron hasta los 68 320 millones de dólares.
En este contexto se impulsa, además, un decisivo programa de promoción de la innovación para una China abierta al mundo, en el que la ciencia y la tecnología son los pilares básicos y uno de los sellos distintivos de su modelo de desarrollo, sin copiar otros ya preconcebidos, sino avanzar con un significado propio, en el que la innovación constituye una fuerza motriz, en un país digitalizado, una sociedad inteligente.
Para China, emprender una política más proactiva a nivel mundial con una diplomacia más actuante y participativa, acorde con su rol y aporte en las finanzas globales es vital, en la misma medida en que se construye un socialismo con
peculiaridades propias, más científico, que apunta a la modernización y desarrollo, pero preservando a toda costa la independencia y la vigencia de la sabiduría ancestral milenaria de ese país en función de solucionar problemas que hoy enfrenta la humanidad.
En ese sentido, Xi Jinping ha reiterado que este socialismo no se desarrollará a costa de los intereses de otros, por lo que no supone amenazas para ningún país, sino el impulso de «una sociedad modestamente acomodada» que, tras soportar siglos de pobreza, ha logrado una transformación que hoy les permite ser más fuertes.
Aunque para muchos China representa una gran esperanza en el ámbito del comercio internacional por las amplias posibilidades que ofrece para compartir sus oportunidades de desarrollo, se enfrenta hoy a las consecuencias visibles de la guerra comercial, las medidas proteccionistas y excluyentes de otras potencias como Estados Unidos, así como los retos en la lucha contra el cambio climático.
En lo interno, a este esfuerzo se ha sumado una incesante lucha contra la corrupción y el burocratismo, sobre todo a partir del 2012, en que se lanza una fuerte campaña anticorrupción bajo el propio liderazgo del Partido Comunista Chino y desde sus propias filas, y que han llevado a todos los sectores de la sociedad, mientras se revitaliza el valor del trabajo, de la disciplina y responsabilidad social a todos los niveles.
En este camino, China ha realizado cambios en los cuerpos legislativos de la nación que le han permitido ir acondicionando su política a los nuevos tiempos, ir actualizándose y fortaleciendo la hoja de ruta para lo que han nombrado la «gran revitalización de la nación», marcada por un liderazgo estable, fuerte y consistente que les permita concretar sus planes de desarrollo e intercambio a largo plazo.
En contexto:
China es la segunda mayor economía del mundo, con una expansión del 6,9 % registrada el pasado año.
Diversas proyecciones a nivel mundial coinciden en que su pib se convertirá en el primero en pocas décadas.
Las tres principales directrices del Gobierno de Xi son: la eliminación de la pobreza, frenar los riesgos financieros y combatir la contaminación ambiental.
granma.cu