El puño de acero, nunca mejor dicho, de la Casa Blanca en lo que se refiere a política extranjera y comercial ha calado en la psique de los inversores de todo el mundo. Si para algunos Turquía se postula como el canario en la mina de los emergentes, las sanciones a Irán o Rusia junto con el pulso arancelario que amenaza con gravar en un 25% el total de las importaciones procedentes de China, se han convertido en factores suficientes para revisar sus carteras.
Una situación donde la brújula de muchas mesas de inversión apunta precisamente a Estados Unidos, donde la coyuntura macroeconómica sigue siendo la envidia de otros mercados occidentales, en un momento en que el epicentro turco azuza a la banca europea o los aranceles estadounidenses comienzan a infligir sus primeras heridas al gigante asiático.
“A medida que aumentan las tensiones, los inversores de fondos se refugian y buscan oportunidades en los activos de Estados Unidos”, explica Fiona Nguyen, analista del Instituto Internacional de Finanzas (IIF, por sus siglas en inglés). Para apoyar sus declaraciones, esta experta apunta cómo los activos estadounidenses representan ya el 58% de las carteras de fondos mundiales, el nivel más alto desde 2016, justo antes de las elecciones presidenciales.
Un cambio de tendencia
Pese a la volatilidad y suculentas salidas de capital sufridas por los indicadores bursátiles americanos el pasado febrero, fruto del cambio de mando en la Reserva Federal y los derroteros del ciclo de fortalecimiento monetario en curso, la tendencia comenzó a cambiar de nuevo el pasado mes de abril. No es coincidencia. Justo el 23 de marzo, la Administración del presidente Trump oficializó sus aranceles del 25 y el 10%, respectivamente, al acero y aluminio extranjero. Una decisión acompañada de algunas excepciones y la escalada de las tensiones tanto con aliados como otros socios comerciales que todavía sacude algunos mercados.
Solo entre abril y finales de junio, los inversores han inyectado alrededor de 40,000 millones de dólares a la bolsa americana y otros 8,000 millones a los fondos de renta fija. Por el contrario, entre mayo y junio, la renta variable del Viejo Continente ha visto cómo se han esfumado más de 17,000 millones de dólares en inversiones, mientras el mercado de renta fija sufría los mismos derroteros por un valor aproximado de 8,000 millones de dólares.
Pese a que Washington se ha convertido en el centro neurálgico de buena parte de las tensiones actuales, bien sea por sus aranceles, sus ataques abiertos a la Alianza Transatlántica, su decisión de abandonar el acuerdo nuclear con Irán y, más recientemente, apretar la soga comercial a Turquía; la economía avanzó un 4.1% en el segundo trimestre y actualmente mantiene un ritmo del 4.3%, según los datos que coteja la Fed de Atlanta.
Paralelamente, el mercado laboral ha sumado una media de 215,000 empleos al mes desde comienzos de año, mientras los beneficios empresariales disfrutan todavía del efecto de la reforma fiscal aprobada el pasado 22 de diciembre.
“La temporada de resultados del segundo trimestre ha sido estelar con un incremento del beneficio por acción del 25% y el porcentaje más alto de sorpresas positivas en siete años”, apunta David Kostin, estratega jefe de renta variable de Goldman Sachs.
De ahí que la rentabilidad acumulada por el MSCI Estados Unidos en lo que llevamos de año sea del 6.4%, mientras que el MSCI World (excluyendo Estados Unidos) retrocede alrededor de un 6,6% y el MSCI Emerging Markets resta cerca de un 4,6.
Aún así, hay que ser cauto, dado que el contexto global de crecimiento sincronizado que impulsó a los mercados mundiales en 2017 se desmorona. Esta semana conocíamos cómo el crecimiento de la inversión en activos fijos en China se desaceleró más de lo esperado, a un 5,5% entre enero y julio, un mínimo histórico. Argentina se veía obligada a pedir socorro al Fondo Monetario Internacional, mientras la fortaleza del dólar ha generado estragos entre las divisas emergentes, como el rublo y, más recientemente, la lira.
“Aunque nuestros economistas no esperan que la crisis turca se extienda, dado que los problemas parecen ser más endémicos que sistémicos para los mercados financieros mundiales, nos mantenemos atentos a la probabilidad de que la situación empeore”, avisa Sam Stovall, estratega jefe de CFRA.
Stovall recuerda cómo en 1997 y 1998 muchos inversores pagaron las consecuencias por haber subestimado el riesgo de contagio del baht tailandés. De hecho, cuando comenzó a desarrollarse aquella crisis, el S&P continuó su escalada hasta nuevos máximos un mes después para comenzar a tambalearse y sufrir correcciones de entre el 6 y 11% hasta octubre.
el economista