Erdogan asegura que no dará un paso atrás y acusa a Washington de guerra económica.
Las tiritas ya no sirven para una economía como la turca, cuya moneda se despeña por el barranco de la depreciación, sin fondo a la vista. El Banco Central de Turquía anunció al inicio de la jornada bursátil del lunes una inyección de liquidez para atajar la sangría que vive la lira a causa de la huida de capitales extranjeros y del enfrentamiento de su Gobierno con Estados Unidos. Y aunque así logró poner coto al desplome sufrido durante la noche -por las ventas en los mercados asiáticos-, en cuanto abrieron las bolsas europeas, la divisa turca volvió a la senda de la depreciación (-7 %). Las pérdidas en la última semana alcanzan un cuarto de su valor y, desde inicio de año, superan el 40 %.
La batería de medidas “para apoyar la estabilidad financiera y el funcionamiento efectivo de los mercados”, según dijo el Banco Central en un comunicado, supone la inyección del equivalente a 6.000 millones de dólares en el sistema financiero del país euroasiático. Además ha aumentado los depósitos de garantías para transacciones en liras turcas y ha reducido el volumen de divisas que deben mantener los bancos como reserva, a fin de que puedan adquirir más liras turcas. Asímismo, el regulador bancario turco anunció la noche del domingo que impone límites a las transacciones (swap) con inversores extranjeros para reducir operaciones especulativas como la toma de préstamos en liras para la compra de dólares y otras divisas fuertes. El límite se ha fijado en el 50 % del capital bancario pero según la institución reguladora se calculará de forma diaria.
Todo esto forma parte del plan anunciado por el titular de Finanzas, Berat Albayrak. “A partir de la mañana del lunes todas nuestras instituciones llevarán a cabo las acciones necesarias e informarán a los mercados. Todas nuestras precauciones y planes de acción están listos”, dijo el ministro y yerno del presidente Recep Tayyip Erdogan. Si las palabras pretendían ejercer un efecto como el logrado por la famosa frase del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en 2012 (“Haremos todo lo necesario para preservar el euro”), erraron.
Los mercados huelen la sangre y la lira está en su momento más débil de los últimos tres lustros. Más cuando el presidente Erdogan ha dado señales de no dar un paso atrás ni siquiera para calmar a los inversores, a quienes exige regresar a Turquía sin ofrecer nada a cambio. Para el político islamista -que dirige el país desde 2003- el desplome de la lira turca es “una tormenta en un vaso de agua” y se calmará en breve: “Las dinámicas de la economía de Turquía son sólidas, fuertes y están intactas”.
En casa, el Gobierno turco pretende combatir la caída de lira con soflamas patrióticas y ha pedido a la población que venda el oro y las divisas ahorradas. “Me dirijo especialmente a los empresarios industriales: no se os ocurra correr al banco a comprar dólares. No digáis que estáis arruinados y que debéis protegeros. Si hacéis eso cometeréis un grave error. Debéis saber que mantener esta nación en pie es también vuestro deber”, advirtió Erdogan. También aseguró que su Gobierno no tiene intención de confiscar los depósitos en moneda extranjera o imponer un corralito, como habían difundido algunos rumores. Quienes dicen eso son, según el presidente turco, “traidores” y “terroristas económicos” que lo “pagarán caro”. No en vano, el Ministerio del Interior inició ayer una investigación contra 346 cuentas en las redes sociales que “compartieron mensajes para provocar el incremento del tipo de cambio del dólar”.
En opinión del presidente turco, la caída de la lira responde a una confabulación urdida por los mismos centros de poder que “empezaron las protestas de Gezi (en 2013) y dieron el golpe de estado traidor del 15 de julio (de 2016)”, una poca velada alusión a Washington, cuya negra mano sitúa Erdogan tras cada obstáculo al que se enfrenta.
Desde luego, el detonante de la crisis monetaria turca ha sido el enfrentamiento con EEUU por la negativa de Ankara de liberar a un pastor estadounidense detenido desde hace dos años y la consiguiente imposición de sanciones a dos ministros turcos y aranceles al alumino y acero de Turquía, el sexto productor mundial. Pero sus razones son más profundas. Turquía arrastra tradicionalmente un gran déficit por cuenta corriente (su balanza comercial es negativa, entre otras cuestiones, porque necesita importar combustible, tecnología, materias primas y productos semielaborados para que su industria funcione). Ese hueco lo ha solventado en la última década gracias a la llegada de fondos de inversión pero, primero debido a la subida de intereses en Estados Unidos y después a causa del deterioro político del país, éstos han comenzado a abandonar el mercado turco, provocando la depreciación de su moneda.
La designación de Albayrak como ministro de Finanzas y su cercanía al presidente supuso un jarro de agua fría para quienes esperaban que, tras su reelección del pasado 24 de junio, Erdogan se mostraría más pragmático en asuntos monetarios y permitiría al Banco Central actuar con independencia de criterio. Tras el nombramiento de su yerno, miles de millones de liras fueron retirados de la Bolsa de Estambul por inversores extranjeros, haciendo caer un 20 % el valor de las acciones de los principales bancos, varios de ellos, como Garanti (BBVA), TEB (BNP Paribas) y Yapi Kredi (Unicredit), en manos europeas.
Para regresar a Turquía, los inversores demandan un considerable aumento de los tipos de interés (actualmente del 17,75 %) que compense el riesgo país y la elevada inflación, que en julio alcanzó el 15,85 % en el índice de precios al consumidor y el 25 % en el índice de precios de producción. Pero Erdogan se niega a ello. “Mientras yo esté vivo, no caeremos en la trampa del interés”, afirmó este domingo. El presidente turco presiona por mantener los intereses lo más bajo posible y así financiar la expansión del sector de la construcción e incentivar el consumo, las dos bazas en las que se ha basado el crecimiento económico de Turquía en los últimos cinco años, por lo que una subida considerable podría enviar a las familias y negocios endeudados a la ruina.
Pero no hacerlo y permitir que la lira siga cayendo también supone un grave problema en un país en el que las empresas deben unos 200.000 millones de euros al extranjero en deudas inscritas en divisas fuertes como el euro y el dólar, que deben afrontar con ganancias en una lira hiperdevaluada. Esto ha provocado que los costes de financiación se multipliquen y que varios grandes consorcios hayan pedido la reestructuración de sus dedudas o hayan tenido que vender parte de sus activos a los acreedores.
Hace un mes, un directivo de una entidad financiera turca se lamentaba ante este periodista de la obcecación de Erdogan en no emprender las reformas que necesita la economía turca: “Estamos al borde del precipicio, y cualquier viento que sople fuerte nos puede arrojar a él”. Trump lo ha aprovechado y, con sus modales de matón de barrio, ha propinado el empujón fatal a quien antaño era su aliado más fiable en Oriente Próximo.
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