Las autoridades han declarado el estado de emergencia y han pedido ayuda europea.
La peor tragedia natural en la historia reciente de Grecia ha dejado desde el lunes al menos 74 muertos y más de 180 heridos tras el paso de una lengua de fuego por el norte y noroeste del Ática, la región que rodea la capital griega. Todas las víctimas, entre las que hay adolescentes, niños e incluso un bebé de seis meses, han sido halladas en el área comprendida entre el puerto de Rafina, a unos 30 kilómetros de Atenas, y Nea Makri, unos diez kilómetros más al norte, con la zona cero localizada en Mati, una típica localidad balnearia muy frecuentada por los locales.
Las autoridades helenas, que han declarado el estado de emergencia y pedido ayuda a sus socios europeos, sugieren que los incendios podrían haber sido provocados. También han solicitado un dron especial a Estados Unidos (EE UU) para rastrear toda huella de “actividad sospechosa” —como la calificó el martes el portavoz del Gobierno— al constatarse la existencia, en la tarde del lunes, de 15 focos de fuego simultáneos en tres frentes distintos en el Ática. Además, los servicios de emergencia buscan a un número indeterminado de desaparecidos, según informan medios griegos como el diario Kathimerini. Las autoridades han pedido a los vecinos que informen si desconocen el paradero de familiares y amigos que residen en las zonas afectadas. La sospecha de que tras los incendios pueda estar la especulación inmobiliaria o incluso el indisimulado intento de construir parques eólicos son hipótesis plausibles para muchos griegos.
Hasta el lunes, el peor incendio en la historia reciente de Grecia era el declarado en el verano de 2007 en el Peloponeso y la isla de Evia, que se cobró entre 70 y 77 vidas, según las fuentes. Pero este lunes, en torno a las seis de la tarde (las cinco en la España peninsular), una lengua de fuego originada en Penteli, una zona muy boscosa, se extendió hasta la localidad costera de Nea Makri, a una treintena de kilómetros de Atenas —y lugar de residencia habitual para muchos atenienses—, arrasando todo lo que encontraba a su paso: supermercados, casas, campings. El hecho de que tuviera un frente bien definido, de sólo dos kilómetros de ancho, en una zona de fácil acceso y, en el caso de Mati —donde 26 personas fueron halladas muertas abrazadas en el patio de una taberna—, apenas a 300 metros del mar, eran factores, según los expertos, que favorecían una respuesta eficaz de los bomberos. Pero la fuerza del viento (ráfagas de hasta 100 kilómetros por hora el lunes) y la brusca y constante variación de la dirección complicó hasta lo imposible la extinción del fuego —sofocado ya este martes, pero bien palpables aún los rescoldos— y el rescate de vidas.
En 2007 en el Peloponeso, se cobró entre 70 y 77 vidas y arrasó 250.000 hectáreas de bosques y cultivos. Pero, a diferencia del de Mati, el kilómetro cero de la tragedia, duró una semana, con un frente inabarcable de 60 kilómetros de ancho que engulló 147 pueblos y mató a unos 30.000 animales. Si se comparan ambos contextos, el incendio de este lunes supera ampliamente todos los récords en estragos.
Parece que fue la resistencia de muchos vecinos a abandonar sus casas —la mayoría, segundas residencias en mitad del bosque— la principal causa de la tragedia. La mayoría de las víctimas mortales fueron halladas dentro de las casas y algunas en el interior de los vehículos en los que pretendían escapar del fuego, informó este martes el portavoz del Gobierno, Dimitris Tznakópulos. Por eso el mensaje más repetido en las primeras horas a través de los medios de comunicación era precisamente ese, salir corriendo sin perder un segundo. Pero, además de la querencia de los habitantes por sus bienes, otras causas, como la abundancia de construcciones, muchas de ellas ilegales, y la suma de recortes desde 2010, que han dejado los servicios públicos griegos en el chasis, se barajan como factores que explican, con trazo grueso, la magnitud de esta tragedia.
En febrero de 2017, por ejemplo, 4.000 bomberos vieron expirar sus contratos temporales, suscritos en 2012. Una votación parlamentaria, impulsada por el Gobierno, rescató apenas a la mitad de ellos (2.160). En las labores de extinción de este último incendio participaron nueve patrulleras de la Guardia Costera, dos destacamentos militares y decenas de embarcaciones privadas, asistidos por helicópteros del Ejército, en apoyo de los alrededor de 700 bomberos desplegados en el interior con ayuda de 80 vehículos. Al hallarse la zona cero del incendio a apenas 300 metros del mar, muchos damnificados buscaron refugio en la orilla. La Guardia Costera rescató a unas 900 personas del litoral, y a una veintena del interior del agua. A escasos metros del mar, un grupo de rescate de la Cruz Roja halló la escena más horripilante de esta tragedia: un grupo de 26 personas abrazadas, carbonizadas en el patio de una taberna.
También el afán especulador ha demostrado ser un factor clave en los incendios registrados en los últimos años, como los que en agosto de 2009 afectaron a zonas boscosas al norte y noroeste de Atenas, menos graves y sin daños personales. La hiperpoblada capital griega como epicentro alrededor del cual gravitan, un año tras otro, demasiados fuegos: sucesos provocados para lograr la recalificación de terrenos, sumados al ansia de promotores inmobiliarios.
Cuando aún no se han apagado los rescoldos, la habitual gresca política entre Gobierno y oposición crecía en intensidad. El primer ministro, Alexis Tsipras, que el lunes interrumpió una visita a Bosnia-Herzegovina, donde iba a ser galardonado por su contribución a la paz en los Balcanes, ya advirtió en la noche del lunes —cuando la confusión reinante acerca de las víctimas no hacía sino aumentar la consternación del país— de que no era tiempo de pedir responsabilidades políticas, sino de atajar la emergencia.
La mala gestión de algunos incendios ha precipitado la caída de Gobiernos, como en agosto de 2009 el del conservador Kostas Karamanlís. La inacción de la Administración y la débil respuesta de las autoridades fueron la puntilla que precipitó su caída, forzándole a adelantar las elecciones (que ganaría el socialdemócrata Yorgos Papandreu, en octubre). Luego se cernió como una nube negra la crisis, y los tres rescates financieros con sus draconianos ajustes, que no hicieron otra cosa que llover sobre mojado. O sobre quemado.
el Pais