Una misión alemana egipcia descubre un taller de momificación que guarda aún los cuencos con los nombres de aceites y sustancias de embalsamamiento
Una de las joyas del enterramiento excavado en un pozo de 30 metros de profundidad bajo el taller es una máscara de metales preciosos, la primera hallada en ocho décadas
Sirvieron para transfigurar los cuerpos en momias y, 2.500 años después, han vuelto a aparecer a los pies de la pirámide de Unas, entre las ruinas de Saqara, uno de los cementerios más antiguos del mundo. Los recipientes que albergaron los aceites y sustancias empleadas en el embalsamamiento, con sus nombres tallados en jeroglífico a modo de modernas etiquetas, alumbran ahora el ritual que precedía a la lujosa vida de ultratumba de los cortesanos de la última era faraónica.
“Es realmente un hallazgo fantástico. Hemos descubierto un taller de momificación y todo un complejo de estancias dedicadas al proceso. Lo novedoso es que estamos ante un espacio muy amplio en el que hemos localizado recipientes para aceites y sustancias usadas en la momificación con sus nombres y etiquetas”, relata el arqueólogo Ramadan Badri, director de la misión germano egipcia de la universidad de Tübingen que desde hace dos años excava en la zona sur de la necrópolis de Saqara.
Una veintena de cuencos y boles utilizados en la mezcla de los líquidos han emergido de la sala de los embalsamadores, una oquedad a unos 13 metros de profundidad que asoma en mitad del descenso a un pozo horadado al sur de la pirámide de Unas, el último rey de la dinastía V y la más pequeña de las construcciones erigidas en su época. Entre los hallazgos, figura media docena de boles de medida que muestran aún en demótico e hierático los nombres de aceites y sustancias y contienen, en algunos casos, las instrucciones del proceso.
“El lugar es una auténtica mina de oro para saber la composición química de los aceites. A través de ellos podremos determinar las recetas exactas”, desliza, esperanzado, Badri. Un equipo de químicos tratará de descifrar el tesoro desenterrado y exhibido este sábado durante la multitudinaria rueda de prensa organizada por el ministerio de Antigüedades egipcio para anunciar un nuevo hallazgo bajo las arenas de Saqara, un complejo ubicado a unos 40 kilómetros al sur de El Cairo y que -junto a las de Abusir, Saqara y Giza- son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Con la pirámide escalonada de Zoser, la construcción en piedra más longeva del planeta, despuntando por el horizonte, el yacimiento arroja luz sobre los rescoldos de la última era del Antiguo Egipto, la de los faraones de la dinastía XXVI que gobernaron Egipto antes de la conquista de los persas en el 525 a.C. Un siglo que la historia bautizó como período saita, porque la corte estableció su sede en la ciudad de Sais, emplazada en el delta del Nilo.
“Es un gran descubrimiento. Es la primera vez que hallamos un lugar de embalsamamiento como éste”, apunta a EL MUNDO Tarek Taufik, director del Gran Museo Egipcio que se construye a un tiro de piedra de las pirámides de Giza, segundos después de abandonar las profundidades de la oquedad. A finales del siglo XIX el francés Gaston Maspero auscultó la zona pero no reparó en un hallazgo que comienza a ras de suelo, sobre una estructura rectangular erigida con ladrillos de adobe y bloques de caliza.
El plano de la estancia, a la que se accedía desde la esquina suroeste, aún guarda los rastros del proceso. La misión sostiene que los dos hoyos construidos de adobe y separados por una rampa estaban dedicados al natron, un mineral usado para secar el cuerpo de los difuntos, y la preparación de los vendajes de lino que envolvían los cadáveres. El taller continua bajo tierra, en un pozo situado en el centro del edificio. A 13 metros de profundidad, una cavidad almacenaba las vasijas y cuencos del embalsamador y fue empleada, además, como sepultura.
A 30 metros, siguiendo el curso de las escaleras de madera y el sistema de iluminación instalados por el proyecto, se abre un angosto complejo de cámaras funerarias horadado en la roca madre. “Se han descubierto más de 35 momias y cinco sarcófagos, cuatro de piedra y uno de madera”, apunta el ministro de Antigüedades Jaled el Anani. Y, junto a ellos, una colección de vasos canopos de alabastro, donde se depositaban las vísceras del difunto, y cientos de “shabtis” -figurillas funerarias colocada en las tumbas con la creencia de que sus espíritus trabajarían para el difunto en la otra vida- fabricadas en fayenza (cerámica con un acabado vítreo).
Parte del ajuar pertenece a Tadihur, una dama que continúa sepultada bajo un enorme sarcófago de piedra caliza en el muro derecho de la fosa. “Es apasionante retirar la arena y estar en contacto con el antiguo Egipto”, narra Shaima Sayed, una funcionario del ministerio que participa en la misión. A unos metros, en el primero de los huecos, a la izquierda, el arqueólogo Mustafa Tolba espera a la comitiva de periodistas. “El nicho contiene tres momias que estaban enterradas en sarcófagos de madera que se deterioraron hasta hacerse añicos por la humedad y las condiciones del ambiente”, explica el joven.
A pesar de sus achaques, la momia central aún conservaba una formidable máscara de plata bañada en oro cuando el equipo limpió metros de tierra y escombros y se abrió paso hasta la sepultura. El finado ostentaba los títulos de segundo sacerdote de Nut, la diosa del cielo y madre de Osiris, y sacerdote de Niut-shaes, un trasunto en forma de serpiente de Mut -la diosa madre del antiguo Egipto-. “La máscara es toda una sensación”, comenta Badri. “Es la primera con metales preciosos hallada desde hace ocho décadas. La primera fue encontrada en 1902 por un arqueólogo francés y la segunda en 1939 por un egipcio. La mayoría de las tumbas de dignatarios del antiguo Egipto fueron saqueadas en la antigüedad y sus máscaras robadas y fundidas”, agrega.
La atribulada mirada de la máscara, que mide 23 por 18,5 centímetros y cubría la cara de la momia, tienen incrustaciones de calcita, obsidiana -un tipo de roca volcánica- y piedras preciosas negras que, según la expedición, podrían ser ónice y que habrían sobrevivido a la voracidad de los cazatesoros. “Las máscaras funerarias de oro y plata del antiguo Egipto son extraordinariamente raras”, admite el profesor Christian Leitz, director del departamento de Egiptología de la universidad de Tübingen. La joya, de nariz torcida y con sus colores oscurecidos por dos milenios bajo tierra, será sometida ahora a una intensa restauración.
El proyecto insiste en que aún quedan sorpresas en las entrañas del pozo, a la espera de nuevas temporadas. “Éste es solo el principio de los descubrimientos”, advierte el ministro. La misión se ha propuesto revisar la geografía de la vasta necrópolis con escaneado láser e imágenes en tres dimensiones y alta resolución para desenmarañar las capas superpuestas del complejo y el laberinto de enterramientos donde descansaron médicos, comandantes y altos funcionarios de palacio. “Egipto merece que se vuelva a los yacimientos explorados hace un siglo con nuevas técnicas de excavación y documentación. Quien lo haga encontrará una ingente cantidad de información que se dejó de lado”, concluye.
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