La tensión escala con un rifirrafe de Trump con Macron y Trudeau. El presidente francés advierte de que el resto de países pueden cerrar acuerdos sin EE UU.
La batalla comercial ha cargado de tensión una cumbre del G7 que arranca este viernes en Quebec (Canadá) con el apodo del G6+1 por la creciente fractura entre Estados Unidos y el resto. Los aranceles aprobados por Donald Trump para el acero y el aluminio procedente de los países aliados se suma a otros desplantes de calado, como las rupturas del Acuerdo de París contra el cambio climático y del pacto nuclear con Irán. La crispación estalló en la víspera del encuentro, con un rifirrafe público de Trump con los líderes de Canadá y Francia, Emmanuel Macron y Justin Trudeau.
Macron dijo esta semana que de las conversaciones privadas con Trump es mejor no hablar porque equivaldría a contarle a la gente de qué están hechas las salchichas, una información que por el bien del producto es mejor no compartir. Pero la política del presidente estadounidense se define precisamente por mostrar las discrepancias con crudeza. Cuanta más, mejor. Washington ha puesto en marcha una batalla por reducir su déficit comercial con un lenguaje bélico y un estilo que no distingue entre potencias rivales (como China) y aliados (Canadá o la Unión Europea).
La tensión escaló este jueves por la tarde, solo horas antes de que comenzase la cita, primero entre Trump y Macron, que han roto ese romance que parecía unirles hace poco. “Puede que al presidente de Estados Unidos no le importe quedar aislado, pero al resto tampoco nos importa firmar un acuerdo de seis países”, dijo Macron, para rematar que el mercado del resto de miembros del G7 combinado “es mucho mayor” que el de Estados Unidos, aunque sea la primera potencia mundial. El tono queda muy lejos del que caracterizaba su relación hasta hace poco, llamativamente cálido.
Trump le replicó esta misma tarde, vía Twitter, al más puro estilo trumpista: “Por favor, díganles al primer ministro Trudeau y al presidente Macron que están gravando a Estados Unidos con aranceles masivos y trabas no monetarias. El superávit comercial de la UE con EE UU es de 151.000 millones de dólares y Canadá mantiene a nuestro agricultores y otros fuera. ¡Tengo muchas ganas de verles mañana!”, escribió. Luego también atizó con al primer ministro canadiense, Justin Trudeau: “Se pone tan indignado, sacando a la luz la relación de EE UU y Canadá por años y todo tipo de cosas… pero no menciona el hecho de que nos gravan hasta un 300% en lácteos y dañan a nuestros ganadores, ¡matan nuestra agricultura!”.
Trudeau, y Macron se reunieron la víspera del G7 y defendieron el multilateralismo frente al giro aislacionista de EE UU, que ninguno ha sido capaz de revertir. Los líderes de EE UU, Canadá, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y Japón se reúnen este viernes y sábado para abordar una agencia diversa (género, seguridad y empleo), pero la escalada arancelaria lo marca todo.
A los socios de Estados Unidos, que han impulsado otros gravámenes como represalia, les ofende especialmente que la Casa Blanca haya optado por el argumento de la seguridad nacional, sobre todo teniendo en cuenta que son aliados con los que comparte información de inteligencia de forma rutinaria.
El giro proteccionista no es una tendencia particular del fenómeno Trump en Estados Unidos. También la demócrata Hillary Clinton, en su campaña, apuntó a la necesidad de cambiar el tratado con México y Canadá (Nafta, en sus siglas en inglés) y cuestionó la conveniencia del Tratado del Pacífico, del que Trump se ha acabado desmarcado. Pero el neoyorquino ha tomado el asunto por las bravas, con rondas arancelarias y amenazas de ruptura, con un lenguaje crudo, sin cortesías diplomáticas. Como diría Macron, mostrando cómo se hacen las salchichas.
En dólares contantes y sonantes, los aranceles al acero y al aluminio no afectan más que a 41.000 millones en exportaciones a EE UU, de los cuales, a la UE no le afectan más que 6.400. Pero el recelo va más allá de estos números, no solo porque Washington ha insinuado que el siguiente objetivo podrían ser los automóviles europeos, sino porque es uno más de otros desplantes de Trump a sus aliados: ha quebrado el pacto nuclear con Irán y, hace ya un año, también el acuerdo contra el Cambio Climático de París.
El presidente de EE UU mantendrá reuniones bilaterales con Macron y con Trudeau en el marco de esta cumbre, pero se antoja improbable que el acercamiento que otros encuentros no han conseguido, algunos llenos de besos -literales y metafóricos-, como el que mantuvo con el presidente francés, vayan a lograr estas charlas aparte en Charlevoix, la idílica región donde los líderes se reúnen protegidos de cualquier protesta.
The Washington Post publicaba este jueves, citando tres fuentes de su entorno, que Trump acude incluso a regañadientes, concentrado como está en la crucial cumbre del martes en Singapur con el dictador norcoreano Kim Jong-un. “Tenemos un serio problema con los acuerdos multilaterales y es por ello que habrá polémicas”, en particular sobre “el comercio internacional, la protección del clima y las políticas de desarrollo y extranjera”, afirmó la canciller alemana, Angela Merkel, el miércoles.
Fue el ministro de Economía y Finanzas francés, Bruno Le Maire, quien dijo hace unos días que el G-7 empezaba a ser más bien un G-6 +1. Pero está por ver que así sea, que en efecto el bloque de seis actúe como tal o, en medio del río revuelto, también afloren las discrepancias en torno al reto Trump. En el seno de la UE, la semana pasada, con la aplicación de los aranceles, ya se atisbaron algunas diferencias: Alemania, el país del club europeo más perjudicado como exportador de acero y aluminio a EE UU, se mostró abierto a las concesiones a Washington, mientras otros, como Francia, son reacios a entrar en el juego de negociación dura del magnate neoyorquino. De la cumbre de los besos, aquella entre Trump y Macron en Washington, se ha pasado a la cumbre de las salchichas.
El Pais