El escándalo del Eldense no ha sorprendido a quienes siguen de cerca el mundo de las apuestas. Cada día se amañan partidos por todo el mundo. El tenis, un deporte individual fácilmente manipulable, es el objetivo favorito de las mafias. El fraude se produce incluso entre los jugadores modestos, que intentan paliar los costes de su carrera con algún que otro engaño.
En el fútbol, la Tercera División es la cuna de las trampas. Cada fin de semana se amañan en España dos o tres partidos, una cifra que se dispara en el tramo final de la Liga. A los clásicos maletines de las primas se suman las apuestas. Una locura.
El circuito ITF del tenis es el favorito de las mafias. Se trata de los torneos ‘futures’, los más anónimos del circuito, con premios totales de 15.000 euros. Se juegan por todo el mundo. Esta semana, por ejemplo, se celebran citas de este tipo en Egipto, Kazajistán, Catar, Portugal, Túnez, Turquía y Estados Unidos.
“Das la vuelta al mundo y no tienes ni para pagarte la ropa. Los premios son ridículos, muchos tenistas no cubren gastos y caen en la tentación”, explica a EL PERIÓDICO el padre de un jugador situado entre los 300 mejores del mundo. Asegura que su hijo sigue firme, pero destapa los peligros. “Vas por Rumanía, Uzbekistán… y ves de todo. Te dicen ‘¡Si ganas, estás muerto!’ y cosas así. No hay televisión, no hay control, no hay nada. Es fácil el engaño. El circuito ATP es otro mundo. Allí no hay matones, tienen detectives privados…”.
Una derrota en la primera ronda de estos ‘futures’, contando que se pase la previa, otorga solo 140 euros. Por llegar a octavos dan 232 y a cuartos, 394. Un mal sorteo o un flojo partido te hunde. Por la zona pululan agentes de las mafias que captan a los jugadores con amenazas o mensajes por whatsap.
Entre los rivales también se producen acuerdos. “Son pequeños pactos, nunca te van a pillar. Estoy algo tocado, te dejo ganar y nos repartimos 7.000 euros, por decir una cifra. Una doble falta, un resto fallado, un resultado maquillado… Mil cosas. Pasa cada día”.
El novio de una tenista española desvela también alguna trampa. “En alguna ocasión nos ha dicho: ‘Tengo la regla, no me aguanto. Perderé, apostad en mi contra’. Sabe que no va a ganar y el entorno se aprovecha, pero no tiene nada que ver con las mafias”.
En el caso femenino, las amenazas son muy duras. Sexistas y misóginas. En el 2013, por ejemplo, la canadiense Rebecca Marino, que llegó a ubicarse en el top 40, dejó el tenis por una depresión causada por el acoso en las redes sociales. Tenía solo 22 años y un gran potencial.
Algo similar le pasó a Iñigo Cervantes tras batir al favorito Alexander Zverev el pasado año. Recibió mensajes en las redes como este: “Voy a matarle a usted y a su familia. Voy a cortar sus gargantas, cogeré un cuchillo y le sacaré los ojos”.
En el fútbol, las apuestas existen desde siempre. Basta recordar el caso de Andrés Escobar, el colombiano asesinado en 1994 días después de un autogol contra EEUU que apeó a su selección del Mundial. Le pegaron seis tiros a bocajarro en las afueras de una discoteca. Un grupo de narcotraficantes perdió cantidades monstruosas de dinero y el caso se vinculó a las mafias de apuestas.
Con internet todo es más sigiloso, especialmente en los campos más humildes. Bulgaria, Malta, Rusia, Italia y Chipre son la cuna del fraude. Sus mafias se acercan a los clubs más modestos para ganar dinero en las casas de apuestas asiáticas, que hacen la vista gorda. Consideran que son ludópatas que perderán el dinero tarde o temprano. Se pactan resultados, número de goles o la cantidad de córners, punto que ha tenido mucho auge y se ha suspendido en varias casas.
El portero y los centrales son las dianas básicas del engaño en los equipos. Nunca está implicada toda la plantilla. “En Segunda B y Tercera es un problema muy grave”, explica Francesco Branca, director general de Federbet, una asociación que lucha contra los partidos arreglados. En la última jornada de Tercera del 2015, el 40% de los encuentros eran sospechosos.
Los jugadores cobran de 500 a 1000 euros por choque amañado con éxito. “Es lamentable. En la Segunda B hay grandes profesionales. No es una mierda. Están destrozando el fútbol. Hace años nadie se jugaba el pellejo por algo así”, cuenta Mario Carrizosa, exjugador de nueve clubs de Segunda B. “El origen es que antes se cobraba una media de 4.000 euros al mes. Ahora hay menos dinero y la gente igual busca otras cosas”, concluye.
El periodico
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