La elástica relación de Donald Trump con la verdad y su estratégico uso de falsedades y mentiras, su susceptibilidad y las tensiones con los medios de comunicación (acompañadas de insultos y amenazas) han llegado con él y su equipo a la Casa Blanca. En las primeras 48 horas desde que juró el cargo, marcadas en buena parte por las históricas protestas del sábado, el nuevo presidente de Estados Unidos ha insultado a la prensa y ha presentado tanto en su cuenta de Twitter como a través de su portavoz datos falsos y otros exagerados. Una de sus asistentes, Kellyanne Conway, ha amenazado con “replantear” la relación de la Administración con la prensa, una intimidación que no es nueva. Y se confirma la entrada en un territorio hasta ahora desconocido en la política estadounidense.
Este domingo el mandatario ha recurrido a Twitter, su confesada forma favorita de comunicación, para ofrecer su primera reacción a las masivas manifestaciones del domingo, en las que la agencia AP ha calculado que participaron hasta tres millones de personas en todo el mundo. Primero ha colgado un mensaje cargado de sarcasmo, en el que ha ironizado diciendo que “tenía la impresión de que acabábamos de tener unas elecciones”. Y en ese mismo mensaje ha lanzado la primera de las afirmaciones no solo dudosas, sino que se pueden demostrar falsas. “¿Por qué no votó esta gente?”, ha preguntado, obviando que muchos de los manifestantes sí lo hicieron, pero por la candidata demócrata, Hillary Clinton, o por terceros partidos.
Dos horas después ha colgado otro mensaje de tono mucho más conciliador en el que ha asegurado que “las protestas pacíficas son uno de los distintivos de la democracia. Incluso si no siempre estoy de acuerdo”, ha añadido, “reconozco los derechos de la gente de expresar sus puntos de vista”.
Entre esos dos tuits Trump ha dedicado otro a hablar de la toma de posesión del viernes, subrayando con un enfático “¡Guau!” los datos de la compañía de medición de audiencias televisivas Nielsen, según los cuales 30,6 millones de personas vieron los actos ceremoniales. Y ha destacado que son 11 millones de telespectadores más que los que siguieron la segunda toma de posesión de Barack Obama (en realidad son 10).
Según fuentes de The New York Times, el presidente fue enfadándose más y más el viernes por la cobertura mediática de su toma de posesión y los comentarios y fotografías que apuntaban y probaban la menor asistencia de público al National Mall que a otras anteriores, especialmente la de Obama en 2009, que marcó un hito con 1,8 millones de personas. Y una de las decisiones que tomó Trump, contra el consejo de varios de sus asesores que le recomendaron que se concentrara en las responsabilidades de su nuevo cargo, fue la de que compareciera el sábado ante la prensa Sean Spicer, el portavoz de la Casa Blanca, que llenó su furibunda declaración de cinco minutos (en la que no se admitieron preguntas) de datos falsos.
Spicer aseguró, por ejemplo, que Trump había arrastrado “a la mayor audiencia que ha presenciado nunca una toma de posesión, tanto en persona como alrededor del mundo”, y sumó un enfático “y punto”. Pero la afirmación no se sustenta ni en el número de asistentes al National Mall ni en los datos de Nielsen (38 millones vieron la retransmisión de Obama en 2009 y 42 millones la de Ronald Reagan en 1981).
Spicer dio también datos incorrectos sobre el número de usuarios del metro de Washington el viernes: 420.000, frente a los 317.000 de la segunda toma de posesión de Obama. En realidad, según los datos de la autoridad de transporte de la región, la cifra de este viernes fue de 571.000 y hace cuatro años, 782.000.
También se ha demostrado falsa su afirmación de que este año se extendieron más las medidas de seguridad en el Mall, algo que según él impidió a “cientos de miles de personas” ver la ceremonia. El Servicio Secreto ha asegurado que no hubo prácticamente cambios.
La comparecencia de Spicer, en la que insistió en que el presidente “llevará su mensaje directamente a los estadounidenses”, ha sido ampliamente cuestionada, tanto por su agresividad como por su falta de respeto a la verdad. Pero las críticas no parecen hacer mella, de momento, en la postura de la nueva Administración. Este domingo Conway, asesora de Trump, ha defendido que Spicer había presentado “hechos alternativos”. Aunque el periodista que le ha entrevistado le ha recordado que “los hechos alternativos no son hechos, son falsedades”, en un tenso intercambio ella ha reiterado la amenaza a los medios: “Vamos a tener que replantearnos nuestra relación”.
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